La ropa no se negocia

Cuando Eliana Kielmanovich empezó a ejercer de abogada, pensó que iba a tener que resignar su estilo. Amante de la ropa y cultora de la moda, le decían que debía rendirse al uniforme tradicional: pantalón negro y camisa blanca. "Pero por suerte ya no es así. Con el tiempo esas cosas se fueron flexibilizando. Me gusta mucho la moda, así que intento elegir prendas cancheras. Estar muy clásica me aburre. Un casual glam, pero no tan casual. Me animo mucho al jean, siempre con unos buenos tacos", describe.

Que el código de vestimenta laboral cambió en los últimos diez años no es novedad. Silenciosamente, las empresas fueron poblándose de remeras, camisas abiertas, pantalones de colores, jeans y zapatillas. La última trinchera de la vestimenta tradicional tal vez sea el Poder Judicial, donde todavía la corbata resiste los embates de la tendencia informal, aunque claro, a juzgar por Eliana, los vientos de cambio también están llegando a esos ámbitos. Ocurre que la ropa es la última frontera que los empleados sub 40 no están dispuestos a negociar. Vestirse como uno "es" en la vida cotidiana es casi un derecho. Lo que hace 25 años comenzó como un permiso de los viernes (el importado casual friday) terminó imponiéndose toda la semana. Y el cambio de los valores simbólicos, tanto sociales como tecnológicos, tuvo mucho que ver con la evolución de los códigos de vestimenta: la creatividad, la innovación y la personalidad comenzaron a considerarse más relevantes que una imagen asociada a la seriedad, la adultez, el aseo y la prolijidad. "Autenticidad" sería la palabra clave de hoy.

El punto es que a esta altura, la informalidad corre los mismos riesgos que la extrema formalidad; es decir, convertirse en una suerte de "cliché de la imagen". Los argumentos utilizados por las nuevas generaciones para criticar la formalidad (la falsedad personal detrás de un traje) podrían aplicarse ahora al estilo casual: ¿acaso usar una remera o un jean vuelve más creativa a una persona?

En algunas empresas de los Estados Unidos, la informalidad alcanzó niveles tan extremos que las compañías iniciaron un proceso de "adecuación positiva" sugiriendo marcas o looks informales más sociales y menos "disruptivos". Y aquí, en la Argentina, varias compañías empezaron a manifestar su preocupación por cómo van vestidos sus empleados. Clara Doblas, directora de una consultora que asesora a empresas en etiqueta e imagen, dice: "Percibo preocupación de los gerentes y una posición intransigente de los jóvenes en cuanto a no querer resignar su libertad a la hora de vestirse para el trabajo. El problema es que las empresas quieren retener estos perfiles, los necesitan".

Por su parte, Andrea Saltzman, directora de la carrera de Diseño de...

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