Rivales, nunca socios

"No hay caso, a este tío no puedo ganarle, es mejor que yo". Disuadir a Rafael Nadal cuando se le mete algo en la cabeza es más difícil que aguantarle cinco derechas a los flejes. Acababa de perder 7-5 y 6-3 con Novak Djokovic y la conclusión a la que llegó fue inapelable: el serbio era mejor tenista que él.

Los años le demostraron a Nadal que aquella afirmación de 2007 en Montreal era exagerada, porque todo indica que él quedará en un escalón superior al del serbio en la historia. Lo que no quita que Djokovic le planteó a lo largo de su carrera muchas más complicaciones que Roger Federer. Cuando mire hacia atrás y haga recuento de los momentos amargos, en varios de ellos aparecerá el rostro del serbio.

Aquel "campeones, campeones" que Djokovic y su clan cantaron a grito pelado ya entrada la noche de un domingo de primavera en las instalaciones de la Caja Mágica de Madrid en mayo de 2011 le dolió en el alma a Nadal. Era la temporada en la que Djokovic le ganaría final tras final -siete consecutivas-, y el serbio apelaba precisamente al cantito habitual de los Nadal en los vestuarios para que la derrota en casa fuera un poco más dolorosa aún.

Entre Nadal y Federer hay una rivalidad, qué duda cabe, pero también un hilo tan sutil como sólido que los une, la certeza de ser historia e históricos. Son las dos caras de un duelo que marcó al tenis como pocos. Se sienten iguales, se respetan y hasta se cuidan. Son socios incluso si no lo quisieran, porque tienen algo muy importante en común.

Djokovic, en cambio, no es socio de nadie. Incontrolable y heterodoxo, es un electrón suelto. Tanto Federer como Nadal lo sintieron siempre como un cuerpo extraño, como el hombre que se inmiscuía en una historia ya redonda que no necesitaba de un tercero. Pero el "tercer hombre" serbio llegó para quedarse. Las 26 victorias consecutivas con que desembarca en esa especie de final anticipada que se juega mañana en París lo demuestran.

Si lo...