Richard Coleman, al rescate del sonido del soul blanco

Es una tarde compleja en la vida de Richard Coleman. Desde hace unos días duerme en su estudio, donde mudó el colchón para poder solucionar de cuajo unas filtraciones en el techo de su habitación. Por si fuera poco, viene de una ronda de entrevistas, ejercicio que para una persona que suele definirse, cuando menos, como "poco sociable", resulta un tanto abrumador. Pero lo que realmente hoy rebasó el vaso de su paciencia es que acaba de recibir el CD de su nuevo álbum, recién salido de la fábrica, con la portada mal impresa, con otros colores. "Trato de no resignarme, pero no puede ser. Es nuestra idiosincrasia, la manera de hacer las cosas a la que la mayoría lamentablemente está acostumbrado. Yo peleo todo el tiempo contra eso y trato de que las cosas salgan lo mejor posible. Y para eso hay que estar encima de cada detalle".

"Pertenecer tiene su precio, pero ser independiente es más caro", canta Coleman como una suerte de profecía autocumplida, casi al cierre de su cuarto álbum de estudio como solista, F-Á-C-I-L. Un disco "groovero" que revisita su costado más funky bailable, pero blanco, cortante, "mal hecho" hasta se podría decir. El mismo groove con el que hace más de treinta años irrumpió en la escena al frente de Fricción, pero actualizado a estos tiempos digitales e hiperglobalizados.

"Cuando empecé a componer el disco estaba buscando un groove, una pulsión, algo que provocara movimientos involuntarios, digamos. Algo similar a lo que me provocaba escuchar discos viejos de los Talking Heads, mientras viajaba en el subte, colgado. Puntualmente, cada vez que ponía More Songs about Buildings and Food, movía la pata y sentía que me hacía bien. Me dieron ganas de meterme en eso, de provocar eso, algo que ya había visitado, pero que ahora quería continuar desarrollando: ese groove, que tiene que ver con cierta influencia o música que escuchaba de más pendejo, a principios de los 80, Gang of Four, Bow Wow Wow, los mismos Talking Heads, bastante de Chic, que era música de fiesta pero estaba buenísima. O incluso el Bowie de "Let's Dance", de "Young Americans", la música que tiene un pulso entre funk y soul, pero blanco, medio mal hecho, a la que le falta la sangre afro. Más fría"

La idea de Coleman era cambiar, refrescar su sonido y que la canción trascendiera al artista ("que cuando la escuchen digan «qué buena canción» y después pregunten de quién es, que no sea reconocible"). Con una voz y un toque de guitarra inconfundibles a esta altura...

Para continuar leyendo

Solicita tu prueba

VLEX utiliza cookies de inicio de sesión para aportarte una mejor experiencia de navegación. Si haces click en 'Aceptar' o continúas navegando por esta web consideramos que aceptas nuestra política de cookies. ACEPTAR