Riachuelo, la historia sin fin

No es novedad que el saneamiento del Riachuelo constituye desde hace tiempo una historia cuyo final feliz persiste incierto y distante.Su lóbrego estado actual tuvo un temprano comienzo en los inicios de nuestra nación, cuando en sus márgenes se instalaron saladeros y curtiembres. Los perjuicios que se observaron ya por entonces llevaron a la Asamblea de 1813 a ordenar el desalojo de esos establecimientos.Dos siglos después, el problema de la contaminación del curso fluvial y de su cuenca de influencia ha crecido de modo imponente, con grave riesgo para la salud de la población allí radicada. Las últimas noticias referidas a la evolución de los trabajos proyectados a partir de una atinada intervención de la Corte Suprema en 2007 reiteran un cuadro ingrato de obligaciones incumplidas.En efecto, la corriente de 64 kilómetros de longitud, que nace en Cañuelas como río Matanza y se convierte en Riachuelo a partir del puente La Noria, alberga en su curso contaminado por miles de industrias los microorganismos que producen graves enfermedades gastrointestinales, broncorrespiratorias y eruptivas, sin contar los compuestos tóxicos de cromo, plomo y metales pesados que arrastran las pestilentes aguas.Como es lógico, esto mantiene en grave riesgo la salud de los millones de habitantes de la cuenca. Es duro de admitir que a través de décadas se hayan frustrado proyectos de distinto alcance para remediar un estado de cosas tan deplorable. Sin ir muy lejos, en la memoria colectiva han quedado grabadas promesas que luego se vieron como meras fantasías. Así lo fueron los mil días proclamados en 1995 para depurar el río o el posterior anuncio del ministro Julio De Vido, en 2005, con respecto a los trabajos que emprendería una empresa china con el mismo propósito.Hoy...

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