El respeto quedó en otro tiempo

Aquella tarde en el Viejo Gasómetro de los querendones tablones, hace casi 40 años, René Orlando Houseman se había transformado en la estrella excluyente del adorable clásico de barrio entre San Lorenzo y Huracán. Todas le habían salido al Loco, gambetas y firuletes, coronado con un gol en la poco frecuente victoria del Globito sobre su primo más grande. Pero la felicidad de René estaba demorada. Lo preocupaba la secuela de una jugada, en el primer tiempo, de indudable incidencia en el partido. En el área chica del arco que daba a Salcedo, se había arrojado hacia adelante para capturar el centro; pero el "Mono" Agustín Irusta se le anticipó con tanta presteza que René no pudo evitar el recorrido de su rodilla, que impactó contra un pómulo del veterano arquero del equipo de Boedo. La jugada continuó, pero Houseman se desentendió de su desenlace y comenzó a hacer frenéticas señas a los bancos, reclamando la camilla. En aquella época no había carritos de emergencia ni Youtube: es imposible encontrar ese momento más que en el recuerdo de algunos memoriosos que lo vieron de pibes en esas tribunas repletas. Irusta fue reemplazado por Ricardo La Volpe, que dos años más tarde sería el tercer arquero del primer seleccionado argentino campeón del mundo. Los diarios del día siguiente no pudieron consignar en su despliegue la palabra del crack de la jornada. Houseman se disculpó a la salida del vestuario visitante, del cual emergió mucho antes que sus compañeros, explicando que se marchaba al sanatorio en el cual había sido internado su rival, al que sin intención había lesionado. El festejo no tenía ningún sentido para René en aquel momento.

Otro tiempo, de acuerdo. Se jugaba con otra frecuencia, correcto; las marcas no eran tan asfixiantes, indudablemente. Pero tampoco era la prehistoria y no hay que ser tan cínico como para creer que la modernidad mira para otro lado cuando se trata de pegarle a un rival, o pisarlo, como condición ineludible para sacarle...