Reseña: pequeñas mujeres rojas, de Marta Sanz

Paula, la "cojita guapa", baja del taxi y avanza con andar asimétrico por la calle central de un pueblo de la meseta castellana. Alguna mirada torva le hace pensar que quizás se equivocó al viajar en minishorts. Arrastra su valija y se dirige hacia un hotel algo desvencijado mientras unas voces espectrales le suplican que no vaya a ese lugar.Desde su mismo inicio, pequeñas mujeres rojas, la última novela de Marta Sanz (Madrid, 1967), nos instala en una atmósfera opresiva, donde las pinceladas de erotismo son tan oscuras como cierto eco gótico, cierto aire a cuento de hadas cruel. Pero se trata de un relato más político -incluso policial- que fantástico: Paula participa como voluntaria en la excavación de unas fosas comunes que se encontraron en ese pueblo falsamente tranquilo. Las fosas esconden crímenes ocurridos durante la Guerra Civil y las voces que Paula no llega a escuchar son las de los muertos que avisan que si algo no está enterrado es la maquinaria del mal. Algunos detalles pueden resultar excesivos: el pueblo se llama Azafrán (localidad ficticia que la voz de la narradora convierte en "Azufrón", territorio de demoníacos azufres), Caídos de la División Azul, su avenida central, es clara alusión al franquismo; el hedor de los criaderos de cerdos, junto con el de la lavandina que infructuosamente intenta anularlo, es parte del aire que se...

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