Reseña: Mirarse de frente, de Vivian Gornick

Si algo atraviesa los ensayos de Mirarse de frente, es la pregunta por la conversación. El dato no sorprende tratándose de Vivian Gornick (Nueva York, 1935), autora que construyó sus dos obras más autobiográficas (Apegos feroces, La mujer singular y la ciudad) a partir de largas caminatas y animados diálogos con su madre en un caso, con un amigo en el otro.Gornick reflexiona sobre el papel del feminismo en su vida, rememora -y observa con punzante registro de clase- su época de joven camarera en un complejo hotelero de las montañas de Catskill, revive la experiencia docente en una pequeña ciudad universitaria de Maine, se pregunta por el sentido de la soledad, el declive de la cultura epistolar, la resistente vitalidad del devenir urbano. Son postales diversas, unidas por el hilo no tan secreto de la conversación como enigma, virtud, ausencia, reparo."Una cosa es transmitir y otra narrar: comparables pero no intercambiables -escribe-. Escoger entre una y otra es como escoger entre el trabajo y el amor". A Gornick se le va la vida en la búsqueda de un arte de narrar crudamente honesto, anclado en la presencia de un otro. Arte de narrar que también es arte de dialogar. De allí sus disquisiciones, al borde de la obsesión, sobre la pobreza o riqueza de determinado encuentro con determinada persona en el marco de cierta cena o al cabo de algún evento público: la inquietud no...

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