Renacer gracias al rugby: historias de exreclusos que tras pasar por Los Espartanos dieron un vuelco a sus vidas

"Coco, ¿todavía no te dieron el Premio Nobel?", grita un interno que a buen ritmo se entrena dando vueltas a la cancha de rugby de la Unidad Penitenciaria 48, en San Martín. Eduardo Oderigo (Coco, 48 años, casado, ocho hijos) se ríe.Abogado penalista, exjugador del SIC y entrenador, desde que hace 10 años creó Los Espartanos, un equipo de rugby dentro de ese penal de máxima seguridad, asiste a un fenómeno inesperado, incluso para él: cientos de reclusos abrazan un deporte que en su gran mayoría no conocían y terminan comprobando que sus vidas han dado un vuelco extraordinario.Escuela de valores como el respeto a las reglas y a la autoridad, trabajo en equipo, integridad, juego limpio, solidaridad, disciplina, el rugby viene logrando lo que ya muchos consideran un milagro: la transformación de peligrosos delincuentes en personas que dejan atrás su pasado y se reinsertan en la sociedad.Si el índice de reincidencia en el delito de quienes salen de las cárceles argentinas oscila, según las fuentes, entre el 50 y el 70%, en el caso de Los Espartanos el número cae a menos de 5%. Hay 174 Espartanos que desde que recobraron su libertad trabajan en empresas privadas.De las 180 cárceles del país, se juega al rugby en 51, y el número no deja de crecer. El modelo ya fue replicado en España, Portugal, Italia, Uruguay, Chile y Perú."Los presos provienen de ambientes muy hostiles, muy violentos, y ellos han usado esa violencia para salir a delinquir -explica Oderigo-. Lo mismo durante su vida en la prisión. Lo que encuentran en el rugby es una forma de canalizar esa violencia. La transforman en fuerza, en ímpetu para jugar y superarse".César Duga, Hugo Figueroa y Luciano Guyot son casos de vidas desquiciadas por las drogas y el delito. A los tres, el paso por Los Espartanos los hizo renacer. Duga y Figueroa están en libertad y son ejemplos de reinserción laboral y social. A Guyot le quedan 10 días de cárcel. LA NACION estuvo con ellos.A César Duga, de 37 años, lo perdieron las malas compañías y su pasión por el fútbol, y lo salvó el rugby. Nacido en una familia de bajos recursos del Barrio Colibrí, en San Miguel, hasta los 14 años jugó en las inferiores de Independiente, en Avellaneda. "Era 5 y andaba bien", dice.Su padre, empleado de la Bodega Giol, cayó enfermo, y su madre trabajaba todo el día para mantener a sus cuatro hijos. Cuando tenía 13 años, un amigo lo indujo a consumir cocaína. "Empecé a drogarme, a faltar a los entrenamientos. Tenía demasiada libertad para mi edad y vivía en la calle. Me junté con unos chicos que salían a robar".Ya estaba en el mundo del delito. A los 14 lo detuvieron por primera vez después de robar un minimercado y estuvo un mes encerrado en una comisaría. La recuerda como "una selva, en la que para sobrevivir tenés que hacerte respetar". Varias veces terminó a las trompadas. ¿Síndrome de abstinencia de la droga? No, porque la propia policía se la conseguía, a cambio de ropa o zapatillas.Cuando recuperó la libertad, salía a robar todos los días. Cuenta que además de gustarle la plata, la necesitaba para seguir jugando al fútbol. "Si no, no podía comprarme ni un par de botines. Yo soñaba con ser jugador profesional". Lo detuvieron cuatro veces más, la última en un instituto de máxima seguridad, porque todavía era menor de edad. Al salir, un año después, se sumó a "La 20", una banda muy pesada que, dice, "si buscan en Google la van a encontrar".Habitualmente operaban disfrazados de policías y hacían entraderas y secuestros extorsivos, con pistolas automáticas de 45 y 9 mm. "Ojo: nunca maté".Su vida hasta los 32 años fue un raid delictivo cada...

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