Remate

Veo con asiduidad en el barrio del zoológico jaurías de caniches toy de pelaje nieve-virgen que penden de una correa de cuero chillona tironeada por sus amos, a menudo ordinarios: hombres y mujeres de mediana edad, de humor inverso al de sus mascotas saltarinas. Veo, también, afiches caseros fotocopiados que abrazan postes de luz con la intención de recuperar a perros perdidos. Por desgracia, casi todos los caniches toy blancos e impolutos –un can antiguamente cobrador y aristócrata– son un calco.

Ludmila me recibe en su consultorio de Balvanera, regado de objetitos indescifrables. De origen ruso, esta mujer de unos 45 años se dedica a la decodificación biológica, una de esas terapias alternativas que sacuden el interés de esotéricos (y no tanto, como yo). Salteadas las preguntas de rigor, sigo las instrucciones y a los bifes: cierro los ojos y me encuentro en algún lugar del inconsciente con mis padres, de niños. Los perdono, los abrazo, los convierto en pulgarcitos y los almaceno en el corazón.

¿Oyeron hablar de los hikikomori? Si la palabra no les suena, va de nuevo así no reculan: hikikomori (en japonés, estar recluido). Se trata de aquellas personas que encarnan, a veces por años, el más fóbico de los ascetismos. Confinados en la redundante geografía de sus cuartos y enchufados al exterior mediante la tecnología, estos célibes parásitos –al decir de algunos sociólogos– fueron literaturizados por Vila-Matas y se asemejan a la máquina...

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