Las razones de la crisis energética

Hasta las últimas elecciones presidenciales, la crisis energética argentina simplemente no existía en el guión oficial. Se trataba, según el relato kirchnerista, de una simple fantasía derrotista o de pronósticos destituyentes. La pérdida del autoabastecimiento no se consideraba siquiera como problema. Se nos decía que se importaba energía para, presuntamente, agregarle valor. Se anunciaba, además, con un propósito electoral, que no habría en el futuro ajustes de tarifas.Alegremente, se importó energía por años a precios internacionales, para satisfacer así el consumo doméstico, en tanto los precios locales, regulados, no guardaban relación alguna con los costos de producción y distribución y aún menos con el costo de las importaciones.Así, durante los últimos nueve años se desalentó abiertamente la inversión en el sector energético. Las tarifas de electricidad y gas fueron congeladas, mientras que los precios de los combustibles líquidos fueron vigilados y sometidos a las presiones características de la gestión kirchnerista. La exportación de petróleo crudo debió pagar un derecho móvil que mantuvo el precio interno en un valor fijo, siempre muy por debajo del precio internacional. Mientras el país tuvo saldos exportables esta política aportó recursos al fisco, pero los precios en boca de pozo quedaron rezagados, lo que desalentó la exploración y la producción. Lo mismo, pero con mayor gravedad, ocurrió con el gas.La consecuencia fue que las inversiones se desviaron hacia a los países que reconocían precios a los del mercado internacional o cercanos a éste.A esta circunstancia se agregó lo acordado en el caso de Repsol YPF, donde la compra de una parte del paquete accionario por un grupo afín al Gobierno se implementó a partir de un plan de distribución masiva de dividendos. Eso implicó una diferencia con cualquier otra empresa petrolera, que debe reinvertir gran parte de sus utilidades para mantener el nivel de reservas y de producción. Es tan sólo una muestra del profundo desprecio por la inversión que prevaleció en el modelo adoptado en los últimos ocho años.Los daños de esta política están ciertamente a la vista. La producción de petróleo y gas cayó, perdiéndose el autoabastecimiento y teniendo que recurrir a costosas importaciones de gas licuado y combustibles. La diferencia la pagó el Gobierno, esto es, los contribuyentes. Los productos que se importan no sólo tienen precios más altos, sino que llegan en un marco de escasa transparencia, apropiado...

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