Un 'punto final' para las causas por corrupción

El polígrafo catalán Noel Clarasó afirmaba que los humoristas y los filósofos dicen muchas tonterías, pero "al menos los filósofos son más ingenuos y las dicen sin querer". El filósofo argento Dady Brieva, que pasó de la chacota al humor negro, conserva al menos la virtud de replicar con desfachatez lo que sus jefes políticos callan por pudor. Esta semana tradujo como nadie la consigna del momento: "Tenemos que instalarnos y nunca más irnos". Se ha teorizado mucho acerca del modelo kirchnerista, y ciertamente sus filias y fobias lo emparentan con distintas fuerzas populistas del pasado y del mundo, pero nada explica mejor su lógica interna que los feudos de Santa Cruz y San Luis, y es por eso que a la hora de la verdad los aliados que Cristina Kirchner prefiere son el veterinario que reina en Formosa y el matrimonio imperial que domina Santiago del Estero. ¿Qué sucede cuando un señor feudal de una provincia pierde provisoriamente el poder o se pega un susto de padre y señor mío? Muy simple: se promete a sí mismo no volver a caer ni a sufrir, modificar el sistema judicial para remover a los jueces inconvenientes, dinamitar las causas por corrupción, acabar con los periodistas molestos y, si es posible, introducir modificaciones en la Constitución para fragmentar las chances de la oposición y garantizar una reelección indefinida. Un Nuevo Orden, para eternizarse y acabar con esos sobresaltos tan injustos. Olvidar esta ideología y este propósito último, que el kirchnerismo aprendió en las batallas de Río Gallegos, lleva a confusiones ingenuas. El kirchnerismo será todo lo feudal que la sociedad le consienta; a eso le llaman "correr los límites de la política". El PJ porteño fue formateado bajo otras categorías, pero está sometido por ahora a los designios de este simpático colectivo que se piensa como progresista, pero actúa en los hechos como la derecha más procaz. Un solo ejemplo de esta duplicidad: la reforma judicial es un precioso almohadón tejido en la Casa Rosada, pero cuyo relleno fundamental se decide en el Senado de la Nación, donde hoy solo manda una persona: la Pasionaria del Calafate. Que nunca abandonó su encantador plan de "democratización de la Justicia": inundar de autómatas y militantes los juzgados. La diferencia entre el populismo de provincias y el proyecto de Cristina radica acaso en los fabulosos narradores del peronismo nacional, que la acompañan y le sirven, y son veteranos especialistas en torcer la verdad, manipular...

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