La puerta que nadie quiere abrir

Uno de los misterios más singulares de la literatura nacional tiene que ver con un hotel, un viajante solitario y unos ruidos sobrenaturales. Una increíble casualidad del destino provocó que, más o menos por la misma época, pero sin enterarse uno del propósito del otro, Cortázar y Bioy Casares escribieran el mismo cuento: un argentino cruza en barco al Uruguay, pide ser conducido al sombrío hotel Cervantes, se hospeda en un cuarto y por la noche comienza a oír sonidos molestos, provenientes de la habitación contigua. Cortázar establece enseguida que es el llanto de un bebé, Bioy que se trata de una pareja haciendo el amor a los gritos. El desenlace, en uno y otro relato, es mágico o tal vez fantasmagórico, y alrededor precisamente de esa coincidencia enigmática -dos cuentistas de un mismo país pergeñan y ejecutan en los mismos años una misma trama- un tercer escritor -el español Enrique Vila-Matas - articula y publica ahora una novela llamada "Montevideo" (Seix Barral). Su indagación, de aliento ensayístico, parte de una frase de Beatriz Sarlo acerca de esa "puerta condenada", que estaba oculta por un armario con espejo en la habitación descripta por el autor de "Rayuela": "Ése es el lugar exacto en el que irrumpe lo fantástico en el cuento de Cortázar". Vila-Matas se siente tan intrigado por todo este extraño asunto que declara la intención de viajar a Montevideo y dormir en el mítico cuarto de la segunda planta del hotel Cervantes. La anécdota le sirve como excusa, en verdad, para escribir sobre esos raros umbrales literarios y metafísicos donde ocurren pequeños milagros de la vida, del arte y de la historia, y donde se desnudan sus grandes ambigüedades. Esta flamante novela, solo parcialmente autobiográfica, tiene una tapa que le hace justicia: las puertas como metáfora esencial. Y sin quererlo -nada más lejos de este autor vanguardista que descender al barro de la política- el tema parece útil para descifrar el sentimiento profundo, quizá incluso inconsciente, que atornilla y atormenta al "argentino promedio", comprendiendo dentro de ese amplio colectivo a millones de indecisos tácitos o confesos, antiguos votantes de todo el espectro, que puestos a jugar al multiple choice con los encuestadores de turno declaran "no sabe, no contesta" o arriman tímidamente su apoyo a un candidato o a un partido o a una coalición, pero sin ninguna convicción firme . Algunos sienten vergüenza por no tenerla, y es por eso que condescienden a una dinámica...

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