El protocolo, las reglas y la austeridad

Algo más de diez mil horas faltan para que termine de gobernar el trípode Fernández-Fernández-Massa. Es un tiempo considerable, sobre todo si se recuerda que el nombre informal que recibe el plan de Massa, en realidad el único nombre que tiene, es Aguantar.

Son 445 días, apenas un poco menos que toda la extensión del gobierno de Duhalde. Al mandato de Alberto Fernández le queda más tiempo del que tuvo la presidencia de Castillo, o las de Ramírez, Levingston, Viola, Galtieri, Lastiri, Lonardi, Cámpora y, por supuesto, Adolfo Rodríguez Saá, quien demostró que aun gobernando la Argentina sólo seis días se puede dejar marca. Fernández seguramente la dejará, pero no se sabe si será su ya afianzada debilidad o algo nuevo que desarrolle -más bien que le toque- en las próximas diez mil horas. Es obvio, es perogrullesco, pero hay que decirlo: van a pasar muchas cosas.

Si bien la marca de Rodríguez Saá fue la fiesta que hizo el peronismo al grito de "¡Argentina, Argentina!" cuando él anunció el default, habrá quien prefiera recordar al puntano por la promesa de crear un millón de empleos -meta para la cual, huelga detallarlo, no le alcanzó el tiempo- o por la invención del argentino, la nueva moneda que tampoco llegó a existir. La presidencia de Rodríguez Saá, que inauguró un período peronista que se extendió hasta el interregno de Macri, sin embargo tuvo un rasgo distintivo que hasta pudo haber influido en su derrocamiento, del que se ocupó el mismo peronismo que lo había encumbrado: bajó los sueldos de los ministros a la mitad, redujo ministerios, dijo que iba a cortar gastos de la política, puso en venta los autos oficiales, aseguró que se desprendería de los aviones de la Presidencia y congeló las vacantes en la administración pública.

Fue el presidente más severo que haya habido en cuanto a reversión del dispendio e instauración de la austeridad. O, bueno, el último que por lo menos agitó la palabra, por cierto que nunca ejecutada . Los sucesores jamás repondrían la idea de que un Estado quebrado en un país donde la mitad es pobre no debe funcionar como una monarquía árabe, apañados ellos por contadores y numerólogos diversos de esos que nos explican que la incidencia de recortes de "la política" y de la administración cotidiana del Estado es tan insignificante que ni vale la pena hacerlos.

Hay que celebrar que Alberto Fernández paró en Nueva York en un hotel cinco estrellas por módicos 1700 dólares la noche, no como hacía Cristina Kirchner, que...

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