Una promesa de paz que interpela al país

La vertiginosa sucesión de acontecimientos en estas últimas semanas es difícil de calibrar. El acuerdo con Irán , la previsible muerte de Chávez , la elección del papa Francisco, desafían los análisis mientras proliferan fabricantes de fórmulas simplificadoras. En un caso es clara la modificación del rumbo de nuestra política exterior tanto como el vacío que deja la partida de un irrepetible personaje.

¿Qué decir, en cambio, de la presencia de Francisco en su patria? Algo, en primer lugar, que olvidan los adictos a pasiones parroquiales y cerriles. Francisco es una promesa de renovación espiritual para el mundo, no sólo para la Argentina, en una circunstancia en que en la Iglesia Católica vibra la exigencia de reformas trascendentes. Para el mundo, entiéndase bien, y no exclusivamente para lo que aquí ocurre. Si esas promesas de paz, humildad, cercanía con el prójimo, de servicio y justicia para todos, de diálogo, comprensión y tolerancia, llegan a calar en donde Francisco nació y maduró, es porque los argentinos han sabido dar respuestas a estos nuevos signos de los tiempos como, hace ya medio siglo, los llamó Juan XXIII.

Estos signos ya están entre nosotros. Hay momentos en la historia -éste es uno de ellos- en que los valores refulgen y convocan al abrazo fraterno. Después, hay otros momentos en que esos valores afrontan la prueba de traducirse, en una trama más opaca, en acciones eficientes. Brillo y opacidad; promesa y respuesta: de frente a ese tronco torcido actúa la ética reformista que hoy asoma.

Los vínculos entre promesa y respuesta se insinúan en nuestro país en medio de resentimientos y faccionalismo. Se dice que en la Argentina no hay sistema político. En realidad, el sistema existe. No se trata, por cierto de un sistema deseado por algunos, entre ellos quien esto escribe, sino de un conjunto de relaciones que giran en torno a la autoridad de un Poder Ejecutivo con pretensiones hegemónicas y reeleccionistas.

La originalidad de este sistema estriba, por ahora, en la disciplina piramidal que lo hace funcionar: disciplina legislativa, disciplina en la mayoría de los gobernadores y de las intendencias del Gran Buenos Aires, disciplina en un séquito de seguidores pertrechados de cargos y prebendas públicas, disciplina, en fin, en la reproducción de una ideología a través de la propaganda oficial. Si la disciplina falla, por ejemplo en el Congreso o en el campo cultural, el sistema se viene abajo.

Por eso, se aplica el látigo a las...

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