Progres de realidad paralela y tiernos progres de diván

Macri lanzó una mirada azul e irónica sobre aquel cacique sindical, y todos esperaron entonces que profiriera una de esas chanzas mordaces con que habitualmente aguijonea a sus rivales futbolísticos. Pero esta vez no se trataba de fútbol: “De acuerdo, no vamos a impulsar una reforma laboral tan dura como la brasileña –le dijo, ante los ojos atentos de todos–. Pero si los inversores prefieren a Brasil y no a la Argentina, la culpa la vas a tener vos y vamos a estar obligados a sentarnos otra vez y a discutir cómo miércoles generamos laburo”. Ese día comenzó a definirse el futuro acuerdo gremial; los caciques se sentían aliviados. La pregunta, sin embargo, sigue siendo pertinente: ¿cuál de esas dos partes en pugna era más progresista? Pongamos un contexto: este modesto dilema ideológico se plantea en un país estancado que quiere ingresar mágicamente en la era global de la posindustrialización, la ultratecnología y la sociedad del conocimiento, pero sin renunciar a las reglas modélicas de los tiempos del Duce. Como si un paisano pretendiera entrar en la era espacial con un jeep de rezago de la Guerra Civil Española. En un mundo donde el trabajo está amenazado, progresista no es quien defiende el statu quo, sino quien lo rompe para crear empleo. Me refiero a empleo justo, legal y sustentable, y no a tareas negras ni negreras, ni al facilismo de la aspiradora pública, que luego la Nación no puede financiar.

El asunto se conecta secretamente con otras voces, otros ámbitos. Narra un amigo que debe manejarse en puntas de pie para no agitar la grieta cada vez que se reúne con familiares queridos en el conurbano. Hace dos domingos se sorprendió al descubrir que esa eterna calle de tierra estaba asfaltada, y no pudo con su genio: “Veo que por primera vez tus impuestos rinden frutos”. El hermano kirchnerista miró por la ventana y le respondió: “El intendente es del palo”. Pero lleva años y años de gestión: ¿justo ahora te asfaltan la calle?, pensó retrucarle; se mordió los labios: al kirchnerista lo asiste el derecho inalienable de la realidad paralela, y si acaso existe un milagro se debe a la benevolencia de algún “compañero”, nunca a una acción pactada con la gobernación o con Balcarce 50. A esto se une el desprecio que el progre urbano siente por la infraestructura y los créditos hipotecarios, que como todo el mundo sabe son martingalas de la derecha. “Bueno, estoy con el kirchnerismo porque quiero votar con los pobres”, dicen acorralados en mi...

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