Cómo programar un gato en diez días

Se han escrito suficientes páginas sobre los gatos, en mi opinión. Creo, sin embargo, que los siguientes párrafos llevarán algún alivio a muchos poseedores de estos pequeños felinos hogareños.

Me he tomado, en las líneas precedentes, un par de licencias, en nombre de la claridad. Pero nadie posee un gato. Es más bien al revés.

Nótese, luego, que me he ahorrado el insolente adjetivo de doméstico, porque, fuera de cierta conducta cívica que los dispensa de caer en la categoría de ferales, es imposible domesticarlos del todo. Reside allí parte de su magia. Si uno mira de cerca la sombra de un gato al sol, acaso pueda vislumbrar algo de selva, de sabana, de bosque.

A propósito, son hogareños, pero no se adecúan a nuestra morada. Todo lo contrario. Los muebles de maderas algo menos duras que el roble o el anchico quedarán pronto arañados calamitosamente, como hacen sus primos mayores con los árboles, para marcar territorio. Por una política idéntica, los pequeños felinos rubricarán con particular empeño nuestro sofá favorito. Porque si es nuestro, es de ellos. A lo sumo, consienten en prestárnoslo.

A los que amamos los gatos estos contratiempos (y otros, que me abstendré de enumerar) no son sino el pequeño costo que debemos pagar por su compañía sensual y silenciosa, por sus miradas magnéticas, y por asistir a un hecho prodigioso: parecen perfectos. Miren un gato, un barcino cualquiera, cruza de siglos y de océanos; mírenlo, y verán que no existe forma alguna de mejorarlo.

Sabemos también que se los calumnia de muchas maneras. No responderé tales falsías. Ningún gato ha solicitado jamás un abogado.

Constituye un arte convivir con estas criaturas que, de tan individualistas, se terminan pareciendo demasiado a nosotros. El mayor desafío es que no obedecen. Punto. Ignoran con desdén olímpico cualquier forma de coerción. Se diría que hasta nos toman el pelo o que en cualquier momento se echarán a reír de nuestra ingenua y un poco vulgar pretensión de que un gato, que fue deidad en Egipto y socio satánico en la Edad Media, se digne a obedecer.

Pero no está todo perdido. Es verdad, los gatos no se subordinan. Simplemente, no está en su ADN. Adoran los premios, pero no se dejan...

Para continuar leyendo

Solicita tu prueba

VLEX utiliza cookies de inicio de sesión para aportarte una mejor experiencia de navegación. Si haces click en 'Aceptar' o continúas navegando por esta web consideramos que aceptas nuestra política de cookies. ACEPTAR