Una prisión de espejos

Tal vez sea el sesgo mental más antiguo e ignorado. Lo aceptemos o no, lo admitamos o no, estamos persuadidos de que los otros son como nosotros. Si tendemos a esconder nuestros sentimientos, entonces pensamos que nuestros seres queridos hacen lo mismo; y si es al revés, otro tanto. Si nos vemos gordos, entonces todos nos ven gordos; importa poco que el prójimo no nos vea así y que ni siquiera la balanza acuse -objetivamente- el más mínimo sobrepeso. Sin que nos demos cuenta, somos cautivos de nuestro punto de vista.A todos debe gustarles el helado de frutilla o los mariscos, si somos de ese paladar, y las preguntas acuciantes, las que nos desvelan (si tal cosa acaso ocurre), serán las mismas para todos: el cambio climático, la felicidad de nuestros hijos, el ruidito sospechoso en el tren delantero del auto, la política, el dinero, nuestro nuevo proyecto, el limonero que plantamos hace un mes. Como en un sueño, todos los protagonistas de nuestra existencia son el mismo personaje: nosotros.Aquí pensaríamos que se imponen el diálogo y el ponerse en el lugar del otro. Es verdad, todo eso ayuda. Ayuda mucho. Pero enseguida la mente se pone en automático y experimenta el mundo como si el mundo que vemos fuera el que ven todos, y como si nosotros, que lo experimentamos, fuéramos siempre los mismos. Ninguna de las dos afirmaciones es ni remotamente cierta. No vemos la cosas como son, sino como somos (la frase se atribuye a Anaïs Nin, aunque creo que dicha autoría está en disputa), y, además, no siempre somos los mismos. Vamos siendo.En el medio, por ejemplo y sin entrar en mayores honduras, están los sentidos y la forma en que nuestros cerebros procesan su información. Es decir, no somos siquiera capaces de percibir el mundo de igual modo que nuestro cónyuge. Más aún, si no ponemos en duda la realidad cotidiana es tan solo porque resulta más o menos consistente. Mi taza de café, por la mañana, es azul (hasta que mi torpeza la rompa). En mi estudio cada objeto está en el mismo lugar que el día anterior. Al despertar...

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