El príncipe de los largos cabellos

De encuentro y despedidas. Así ha sido esta noche que volvió a reunirnos después del cierre del diario. Tan parecida a otras noches en las que nos entregamos a la conversación cómplice y ruidosa, a reírnos de nosotros mismos, y sin embargo tan distinta. Es ésta una noche teñida por el sabor agridulce de la melancolía. Es que el hombre que conduce el equipo que conformamos desde hace un buen tiempo (nuestro "papá bueno") se irá pronto. En estos días que preceden su alejamiento, comenzamos a verlo partir un poco, como si viviese él en una pequeña bruma que nadie desea despejar, sumido en el duelo que provoca abandonar un sueño y procurando soñar otra vez -empecinadamente-el futuro. Durante muchas tardes me senté en su oficina, precedida por un retrato fabuloso de García Márquez y atiborrada de libros, como quien se sienta frente a un amigo, con el placer de saber que hablaríamos un poco del trabajo pero también de Bill Evans o de la noche en que tomó un whiskey en el Village Vanguard mientras soñaba que escuchaba a Miles Davis, o de tantas otras cosas con las que suele calmar su inagotable curiosidad. Pero desde que supe que partiría he intentado no molestarlo; todos hemos querido respetar ese estado de comprensible introspección y hacernos un poco los distraídos para no darnos de bruces con el hecho de que en algún momento se irá. No de nuestras vidas, ojalá, pero sí de este grupo que ha aprendido a quererlo tanto y ha confiado en sus ideas inverosímiles y por eso tan inspiradoras.

Todos estamos un poco conmovidos, aunque disimulemos ese sentimiento de ligero desamparo con palabras ruidosas y risas que entibian el corazón. Quizá también sea así porque, apenas llegados al restaurante, Papá Bueno nos ha pedido que sea ésta una reunión de camaradería sin el sabor siempre algo amargo de las despedidas. Sin emoción. Mientras comemos no puedo dejar de mirarnos. Alguien me hace una broma, porque hacerme cargo de la crónica de estos encuentros se ha vuelto un ritual. La razón por la que insisto en hacerlo es porque siempre me produce una emoción nueva e inesperada vernos ahí, juntos y a la par, tan distintos y tan parecidos, llevando la gran piedra de Sísifo a la cima de la montaña para verla luego caer y volver a cargarla con empecinamiento en nuestros hombres. Sabemos que el diario que acabamos de lanzar a la calle es fatalmente viejo antes de llegar a las manos de los lectores.

Cuando estamos por despedirnos, Ana extrae de su bolso un pequeño...

Para continuar leyendo

Solicita tu prueba

VLEX utiliza cookies de inicio de sesión para aportarte una mejor experiencia de navegación. Si haces click en 'Aceptar' o continúas navegando por esta web consideramos que aceptas nuestra política de cookies. ACEPTAR