La princesa que quería una vida independiente y discreta

Cuentan quienes conocieron a doña Cristina durante sus años universitarios que la infanta se esforzaba continuamente por evitar generar cualquier tipo de noticia -incluso una buena- y no dejarse encorsetar en la cuna de oro en la que había nacido.Cultivaba un perfil bajísimo, la agobiaba el protocolo y no había cosa que la deprimiese más que escuchar que la gente hablara de ella.Nacida el 13 de junio de 1965, la segunda hija de los reyes de España, y séptima en la línea de sucesión al trono, quería vivir su propia vida, la de una mujer independiente, sencilla y, sobre todo, normal.Fue ese deseo el que la llevó a convertirse, en 1989, en la primera mujer de la Casa Real española con un título universitario superior, al licenciarse en Ciencias Políticas por la Universidad Complutense de Madrid, y luego, en 1992, a dejar el nido real para instalarse en Barcelona, donde podía disfrutar de la privacidad que en Madrid no tenía.Dos años antes, además, había terminado una maestría en Relaciones Internacionales en la Universidad de Nueva York, y en 1991 había trabajado varios meses en la sede parisina de la Unesco.Por esos años, se rumoreaba que Felipe de Bélgica la pretendía, y que también estaba en la lista de Alberto de Mónaco. Pero Cristina Federica de Borbón no quería saber nada de príncipes y en 1997 se casó -perdidamente enamorada- con Iñaki Urdangarin, hoy la oveja negra de España.En ese entonces, sin embargo, el jugador de handball, a quien la infanta, una apasionada de la vela y el esquí, conoció en los Juegos Olímpicos de Atlanta, parecía el marido -y yerno- ideal: era buenmozo, deportista y hasta emprendedor...Durante sus primeros años de casados, el matrimonio perfecto, que con el correr de los años formaría la familia soñada con cuatro hijos, tuvo cierta exposición pública. Afortunadamente para Cristina, esa popularidad disminuyó drásticamente con la incorporación de doña Letizia a la familia real, hacia donde...