Un presidente dispuesto a dar batalla

¿Fue el destituyente helicóptero que el kirchnerismo blandió el 24 de marzo? ¿O fueron, acaso, las multitudinarias marchas en apoyo a la democracia del 1º de abril? Las dos cosas influyeron para que el gobierno de Mauricio Macri pusiera en práctica una política fáctica y dialéctica de réplica a su dura oposición. Desalojo por la fuerza del espacio público, firmeza con los gremios docentes (y con otros sindicatos también en el futuro inmediato) y la promesa presidencial de enfrentar las "prácticas mafiosas".

Puede ser una coincidencia, pero lo cierto es que la encuesta más reciente, confeccionada por Poliarquía, señala que la gestión de Macri recuperó gran parte de la simpatía social que había perdido en febrero y marzo.

Tiene el 53 por ciento de aceptación, más de la mitad de la población. La imagen positiva del Presidente también se restauró: pasó del 40 al 45 por ciento. Crecieron igualmente la confianza social en el futuro y la percepción de la situación económica personal, no de la economía en general.

Sea como sea, esos números ratificaron dentro del Gobierno la política nueva. De la paciencia a la acción, de la tolerancia infinita a la respuesta inmediata.

Quienes vieron a Macri en días recientes aseveran que se encontraron con un presidente mucho más seguro. Llegó a la conclusión de que la política que dejó atrás era inconducente. O peor que eso: confundía a gran parte de la sociedad. El país había pasado de un hiperpresidencialismo autoritario, como el que ejerció Cristina Kirchner, a una especie de vacío de poder. El vacío no existió nunca, pero era la impresión que se apoderó de numerosos sectores sociales. Una orgía pública de piquetes y huelgas. Golpismo explícito, como el del helicóptero en las marchas del 24 de marzo. Nunca en 30 años de democracia se había llegado tan lejos, y de manera tan franca, a promover la destitución de un presidente. El proyecto de sacar a Macri de la Casa de Gobierno incluyó un pedido de juicio político por parte del kirchnerismo y de la conducción del Partido Justicialista. El progresismo embustero cree que tiene derechos políticos excepcionales en nombre de una revolución que nunca existió.

La respuesta del Gobierno era el silencio y la inercia. Es decir: nada. ¿Cómo importantes núcleos sociales no iban a creer que existía un vacío de poder, sobre todo cuando estaban acostumbrados al autoritarismo que se fue? La mesa que rodea al Presidente hizo esa autocrítica y aconsejó a Macri cambiar...

Para continuar leyendo

Solicita tu prueba

VLEX utiliza cookies de inicio de sesión para aportarte una mejor experiencia de navegación. Si haces click en 'Aceptar' o continúas navegando por esta web consideramos que aceptas nuestra política de cookies. ACEPTAR