El Presidente, en una carrera contra sí mismo

ignoraba que, al ausentarse ayer de la , imprimiría un sello simbólico al mensaje de . Ese discurso tuvo un eje tácito, pero central. La vida pública ya no se organizará por la dicotomía kirchnerismo/antikirchnerismo.

, más allá de un par de alusiones marginales. Su planteo fue el de alguien que, después de vencer al adversario, comienza a rivalizar contra sí mismo. Sucede con todos los gobiernos. Hay un momento en que dejan de ser comparados con su contrincante para ser definidos por la realización de sus promesas. El oficialismo parece haber entendido que ese momento ya llegó. La banca vacía de la expresidenta fue una metáfora de ese cambio de época.

La carrera contra su propia capacidad encuentra al Gobierno en un momento gris. Desde la polémica previsional, la imagen de la gestión cayó alrededor de 10 puntos. Y la expectativa de que en un año el país estará mejor, que era compartida por el 60% de los argentinos, ahora solo convence al 45%. Así y todo, ese 45% sigue siendo una mayoría frente a los que opinan que la situación estará igual o que estará peor.

A este problema coyuntural el oficialismo agrega otro: el gradualismo puede ser virtuoso, pero no sexy. El proyecto de crecer ocho años a una tasa de 2 o 3% tiene esa virtud que Borges apreciaba en el Partido Conservador: es incapaz de suscitar fanatismos. Macri justificó ese camino una vez más. A los que piden ajuste les recordó que la pobreza es un límite de hierro. Y a los que piden mantener el statu quo les volvió a mostrar el espejo venezolano. Fue un inesperado homenaje a Sergio Massa: la ancha avenida del medio, que no sirvió para ganar elecciones, sería la única receta posible para gestionar el poder. Esa tercera vía fue defendida también ayer para la política de seguridad. El Presidente pidió respetar a las fuerzas del orden. Y para los que le recuerdan las deformaciones policiales, expuso un testimonio inapelable: su experiencia como secuestrado de una banda de comisarios. Inevitable recordar a Carlos Menem, que exhumaba su prisión durante la dictadura para recusar a los que le recriminaban los indultos. Aun así, lo de ayer fue raro: Macri no acostumbra evocar aquella tragedia ni siquiera en campaña electoral.

La mediocridad del gradualismo entorpece a un gobierno que ve en el entusiasmo un insumo esencial de la política. Por eso las palabras de ayer tuvieron el tono de una arenga que, a falta de un presente electrizante, aspira a seducir con el futuro. "Lo peor ya pasó"...

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