La Presidenta, en los sótanos de la política

"Abrilo", le ordenó un hombre gris, mientras deslizaba un sobre de color madera junto a su plato.

El funcionario judicial que trabaja en los y en ese momento almorzaba solo en la barra del restaurante Kansas de San Isidro acató la orden: contenía un par de fotos. De él mismo, desnudo y fumando un porro, en el balcón de su departamento.

"Tenemos que hablar", lo conminó el hombre gris, que se había acomodado a la izquierda del funcionario, mientras otro hombre, también gris, se acodaba a su derecha.

"¿Esto es todo lo que tienen? -replicó el funcionario-. Creo que no tenemos nada que hablar. Déjenme comer."

El encuentro terminó allí. Fue hace un mes. Y fue el segundo incidente -el primero había tenido lugar un día en que estaba en el parque con su hijo- que ese funcionario tuvo con eso que el politólogo italiano Norberto Bobbio llama "el cripto-Estado". Y que el ex diputado nacional Miguel Bonasso describe como lo que "ocurre detrás del escenario, fuera del escrutinio de la sociedad civil, en la intimidad pecaminosa" de la política y los políticos.

Ahora, la presidenta Cristina Fernández de Kirchner decidió jugar a fondo en el barro del cripto-Estado, en el reino de la , cuyo nombre se pegoteó durante los últimos 20 años con la fallida investigación sobre el atentado contra la AMIA, con las "coimas en el Senado", con varios secuestros extorsivos, con montañas de dinero negro, con algunos asesinatos, con una larga lista de pinchaduras de teléfonos y de correos electrónicos, y con múltiples carpetazos.

Pero que quede claro: la Casa Rosada no pretende barrer con lo malo de la ex SIDE. Sólo pretende realinearla a su favor tras verificar que no le respondía. Para eso asumieron Oscar Parrilli, de extrema confianza de la Presidenta, y Juan Martín Mena, hasta ahora jefe de Gabinete del Ministerio de Justicia y, en la práctica, uno de los operadores K en Tribunales.

Parrilli y Mena intentarán, por un lado, controlar a las distintas facciones de la Secretaría en la antesala de la campaña presidencial 2015; y, por el otro, disciplinar a los jueces. Tanto por las investigaciones que comienzan a caminar como también por algunos viejos expedientes ya cerrados, pero que temen que puedan ver otra vez la luz, a partir de un libro que pasó inadvertido en las calles, pero resultó una bomba de profundidad entre políticos y jueces: Cosa juzgada fraudulenta, de los penalistas Federico Morgenstern y Guillermo Orce.

¿Indicios de la ola expansiva? Ministros de la...

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