Un presente opaco se cuela entre el brillo del aniversario

No se trata de caer en la melancolía ni de dejarse llevar por la nostalgia de que todo tiempo pasado fue mejor, pero el aniversario por los 30 años del Mundial de 1986 emite todavía un fulgor que no podía haber coincidido con una actualidad más patética del fútbol argentino.

En lo estrictamente deportivo, lo que ocurre dentro de la cancha, la analogía no es tan desoladora. Tres décadas después del título en México, el seleccionado es subcampeón del mundo, continental y ocupa el primer puesto en el ranking FIFA. Tiene al mejor del mundo, Lionel Messi, consideración que Diego Maradona se ganó en tierras aztecas. Pero hasta este último espejo se rompe por estos días, porque así como Diego salió entronizado del estadio Azteca, con una felicidad que no le cabía en el cuerpo, Leo se fue entre lágrimas del Met Life norteamericano, anunciando su renuncia al seleccionado.

Seguramente Messi nunca hará público el detalle argumental de la dimisión, que tiene tanto de frustración deportiva como de hastío por la crisis a nivel dirigencial de nuestro fútbol. Su discurso siempre formal y escueto en palabras no suele incluir el calificativo "desastre" que le dedicó a la AFA 48 horas antes de la final.

El proceso que desembocó en la coronación del '86 lejos estuvo de ser un lecho de rosas. Las expectativas que levantaba el equipo de Carlos Bilardo en los amistosos previos eran mínimas. Hasta más de un integrante de aquel plantel descreía de un destino de gloria. Flojos rendimientos y resultados desalentadores en la gira previa inquietaron al gobierno de Raúl Alfonsín, que a través de su secretario de Deportes, Rodolfo O'Reilly, promovió la destitución de Carlos Bilardo. Se interpuso Julio Grondona, que más allá de su filiación radical y los reparos que pudiera tener por un seleccionado futbolísticamente a la deriva, defendió la continuidad de un ciclo, no cedió a la presión gubernamental.

Luego, los resultados le dieron la razón al ex presidente de la AFA, pero tan importante como eso fue advertir que había una autoridad para sostener un proyecto. Todo lo contrario a lo que ocurre ahora, cuando la acefalía y anarquía tienen a nuestro fútbol en un marasmo aún de impredecibles consecuencias. Aquel mérito de Grondona, que por entonces llevaba siete años al frente de la AFA, con el tiempo se contaminó con los vicios del que aspira a eternizarse en el cargo. Su muerte, de la que van a cumplirse dos años el 30 de julio, abrió un abismo que se está tragando a todos...

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