Los Premios Tato siguen sin saldar una vieja deuda

No hay caso. Pasa el tiempo y la TV no le encuentra la vuelta a cada una de sus autocelebraciones. La entrega por quinta vez de los Premios Tato, anteanoche, dejó en claro que el dilema sigue sin resolverse. Ni los destinatarios del festejo (artistas, técnicos, productores, directores) ni el público parecen disfrutar esta clase de festejos más allá de la alegría personal o grupal del triunfo, que en esta ocasión tuvo un protagonista casi excluyente: Historia de un clan se llevó 12 estatuillas, incluida la de programa del año.

Del lado de los protagonistas, el constante murmullo que los micrófonos de ambiente de la transmisión de Telefé registraron en la Rural fue el testimonio más visible de la actitud de indiferencia con la que se vive este tipo de encuentros. En esto, por más voluntad de cambio que pongan sus organizadores, los Tato se parecen demasiado a los Martín Fierro.

La atención de cada invitado a lo que ocurría en el escenario se redujo una vez más al turno estricto de la mención de su nombre en el desfile de nominados y premiados. Antes y después, nada de festejo mancomunado, con algún punto de atención común.

Buena parte de esa conducta tan introspectiva se explica en la falta de estímulos de la organización para transformar la fiesta en algo mínimamente atractivo. La TV parece empeñada cada vez más en armar sus propios festejos de la manera menos televisiva posible. Sólo una vez se interrumpió la interminable sucesión de categorías y premios, cuando Alejandro Romay y Gerardo Sofovich fueron homenajeados a través de una secuencia poco comprensible alrededor de la supuesta invención de la "máquina...

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