Poniatowska: 'Todos, incluso los que dicen que escriben solamente ficción, escriben su propia realidad'

Después de que hubiese amamantado a su hijo recién nacido, a las 7 de la mañana, dejaba el bebé en la cuna al cuidado de su marido y salía a la calle a buscar testimonios. Del refugio de su hogar a la intemperie del horror; del calor de lo doméstico al frío de la incertidumbre; del instinto maternal a la experiencia que da el oficio. Era 1968, año clave para el movimiento estudiantil en todo el planeta, y en el DF mexicano una masacre, cuyo número de víctimas aún hoy se desconoce, ocurría en la Plaza de las Tres Culturas. recogía voces anónimas en los hospitales, en las esquinas y en las cárceles, y las convertía en almas concretas, con nombre y apellido, piezas de un mosaico que construyó en La noche de Tlatelolco, uno de los textos más perfectos del llamado "nuevo periodismo". "¿Importa cómo me llamo? Póngame Juan", le decían a la reportera.

De aquella paleta de distintos matices y de ese mural coherente y poroso con el que construye su técnica a la deconstrucción de su vida en retazos y en instantáneas que su memoria rescata. Pasaron ya 46 años y aquel bebé, Felipe Haro, la mira con sus mismos ojos azules mientras ella encanta a desconocidos con sus relatos.

Hace algunos meses, , máxima distinción para las letras en castellano, recibió un llamado de su amiga Paula Mónaco, periodista argentina, que la ponía al tanto de otro hecho atroz que involucraba estudiantes: los 43 normalistas de Ayotzinapa. "Vivos se los llevaron, vivos los queremos. Vamos a seguir indignados", dice con un tono cordial y sereno en la Universidad Complutense de Madrid, donde acaba de ser distinguida con el doctorado honoris causa. En esa aula elude halagos y agradece la oportunidad para referirse a sus compatriotas, a esos chavos. "No quiero hablar de masacre, no quiero usar esa palabra hasta que no se sepa la verdad. La desaparición es una nueva forma de tortura en mi país."

Fiel a su estilo, la denuncia no se expone en forma de alarido, sino de arrullo. Su modo de confrontarse con el poder y de clamar justicia se manifiesta con una pluma exquisita, con la claridad y economía de expresión de quien domina la lengua, con el poder de hipnotizar auditorios con su cadencia, con la sabiduría de quien advierte que la masa está constituida por individualidades. En un reciente discurso en el Zócalo se tomó su tiempo para nombrar uno por uno a cada uno de estos estudiantes ("muchos de ellos tan chaparritos como yo") con sus pasiones y sus sueños particulares.

"Pensábamos que con Tlatelolco ya era la última vez, pero no. Estamos aterrados con lo que sucedió. Ellos eran muchachos muy pobres que dormían en cartones. No tenían sitio donde poner sus cosas. Comían frijoles y arroz. Es incluso un crimen de racismo porque se trata de gente sin oportunidades, cuya única salida era ingresar en los normalistas [convertirse en maestro]. Los estudiantes están dispuestos a mantener vivo este reclamo. Lo que hicieron en Internet ha sido un ejemplo para la...

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