La política en tiempos de la peste

Ni el mundo ni el país ni el Gobierno son lo que eran hace apenas una semana. La pandemia del coronavirus convierte a pujantes y multitudinarias ciudades en urbes sombrías, en guerra contra un enemigo que nadie ve. La Argentina no es una excepción ni podría serlo. La agenda de Alberto Fernández cambió dramáticamente cuando se detectaron aquí los primeros casos de la peste. Todo indica, además, que las cosas solo comenzaron en el país. Nadie sabe cómo evolucionará aquí la crisis sanitaria. ¿Será tan devastadora como en Italia y, en cierta medida, España? ¿O podrá ser prudentemente contenida como en Alemania? Tales incertidumbres llevaron al Presidente a modificar drásticamente la política inicial de su ministro de Salud, Ginés González García, quien prefería detenerse en el dengue y el sarampión cuando al mundo lo estremecía una enfermedad muy contagiosa, desconocida, sin vacuna y sin remedio. Hizo bien. Dejó atrás la etapa del nopasanadismo y entró rampante en la de duras decisiones similares a las de los países más azotados por la pandemia. Se adelantó, tal vez porque sabe que su gestión será evaluada por la administración de la nueva enfermedad. En la fase actual en la que está el Gobierno, no pueden -ni deben- descartarse otras medidas severas para frenar la proliferación de la enfermedad, que tuvo altos grados de mortalidad en algunos países.Una especie de paréntesis en el proceso de globalización afecta también al gobierno de Alberto Fernández. Sucedió lo que parecía imposible, no por obra de una decisión política, sino por la acción de un virus loco e incontrolable. Si la globalización es la libre circulación de personas, bienes y servicios, es fácilmente comprobable que el tránsito de las personas se detuvo en seco y que el de bienes y servicios está seriamente afectado. La globalización volverá, y tal vez con más fuerza de la que conocimos. Pero no sucederá en los próximos tiempos. La primera conclusión es que una economía mundial seriamente dañada es una mala noticia para todos los países, incluso la Argentina. O sobre todo para la Argentina, siempre tan frágil. De hecho, el país está en el umbral de un default porque debe reestructurar deudas por 68.000 millones de dólares. Algunos economistas renombrados encogen esa cifra a 40.000 millones de dólares. Sea como fuere, la cifra no es grande y el default no debería ser una opción. "No quiero ser el presidente de un país en default", dijo el Presidente en las últimas horas...

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