Polémica en las redes: Alberto Fernández, la frase del discurso y el día soñado del tuitero opositor

Bolsonaro y su tuit dedicado al Presidente Alberto Fernández

La falta de sofisticación cultural de la clase política argentina es un fenómeno bien extendido y que sin dudas supera los límites de la grieta. En principio no parece un problema. Existe un mundo ideal en donde los políticos harían razonablemente bien su trabajo y este no requeriría de grandes lecturas o refinamientos. En la medida en que los políticos sepan su lugar, sus obligaciones y sus limitaciones, todo podría llegar a estar bien. Al fin y al cabo, cuando vamos al dentista o al taller mecánico para que hagan su trabajo específico, no les pedimos que sean versados en música ficta o que reciten de memoria el comienzo de "Sobre héroes y tumbas". Arreglen lo que haya que arreglar y nos vemos en la próxima: no estaría mal que esa fuera la relación con nuestros presidentes.

Lo cierto es que Alberto Fernández tiene la pretensión de tener una cultura popular con ciertos aires de sofisticación: no la cumbia sino la historia del rock nacional; no Sergio Denis, pero sí Bob Dylan. Las referencias son vagas y confluyen en una zona bastante restringida: las letras de las canciones que aprendió hace algunas décadas. No parece que haya mucho más que eso.

La noticia sobre los dichos de Alberto Fernández en el sitio de Folha de Sao Paulo

El episodio de ayer, en donde citó una frase conocida, atribuida alternativamente a los escritores mexicanos Octavio Paz o Carlos Fuentes, pero en definitiva abrevada de una canción de Litto Nebbia, logró otro conflicto internacional de baja intensidad (diplomáticos ofendidos) y una exposición pública en donde se ponían en evidencia todas sus carencias.

La gracia del chiste original residía en dos claves

Una era la polisemia del verbo "descender". En el chiste original los mexicanos "descienden" genealógicamente de los aztecas y los argentinos "descienden" físicamente de los barcos. Ese juego de palabras es la mitad del chiste y desaparece en la formulación torpe del presidente. La otra mitad no está escrita, sino que flota entre las palabras: un aire burlón sobre las pretensiones de nuestro país de ser más parte de Europa que de América Latina. Décadas de decadencia convierten a esa pretensión en un melancólico recuerdo del pasado.

El pifie presidencial venía precedido de otro vicio continuo de sus discursos, probablemente causado por la misma inseguridad de origen: el recurrente uso de la primera persona. "Soy un europeísta. Soy...

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