Polémica guerra contra el narcotráfico en Filipinas

No tardó ni dos meses en hacer valer su apodo de "el Castigador". Desde que Rodrigo Duterte asumió como presidente de Filipinas, el 30 de junio pasado, unas 402 personas sospechosas de narcotráfico fueron abatidas y más de 500.00 se entregaron a la justicia.

La mayoría de las víctimas murió en enfrentamientos contra la policía, pero unas 154 fueron asesinadas por sicarios no identificados.

Duterte, un abogado de 71 años, ya había anunciado que aplicaría mano dura para combatir el crimen, la misma receta que empleó durante 22 años cuando fue alcalde de la ciudad de Davao, la tercera del archipiélago.

"Si asumo la presidencia, puedo garantizar que no va a haber una limpieza sin derramamiento de sangre", dijo durante la campaña.

El presidente insiste en que sus métodos dan resultados. Según los datos de la policía de Filipinas, el crimen bajó un 13% desde que Duterte fue elegido en mayo pasado.

Pero la lucha del gobierno contra el crimen organizado y sus dudosos métodos causaron preocupación entre la ONU, organizaciones de derechos humanos y Estados Unidos, que ya alzaron la voz.

"Hubo un atroz aumento de las matanzas extrajudiciales de sospechosos criminales por sicarios no identificados. Esto demuestra que el desconocimiento que Duterte tuvo por las leyes en Filipinas y los derechos humanos internacionales durante su campaña se convirtió en una realidad de su presidencia", dijo a LA NACION Phelim Kine, subdirector de la ONG Human Rights Watch (HRW) en Asia.

"El gobierno tiene que dejar en claro que la protección de los derechos humanos plasmada en la Constitución se aplica a todos los habitantes de Filipinas, incluso aquellos que la policía considera que son «criminales»", agregó Kine.

La vocera del Departamento de Estado norteamericano, Elizabeth Trudeau, también dijo el lunes pasado que Estados Unidos estaba "preocupado" por los asesinatos extrajudiciales.

Por su parte, las familias de las víctimas reclaman que aquellos que murieron eran consumidores que no estaban involucrados en el comercio de drogas.

El modus operandi de los sicarios recuerda a los famosos "escuadrones de la muerte", que mataron en Davao a 1000 supuestos criminales en la década de los 90. Fue ahí cuando Duterte ganó su apodo de "el Castigador". Al igual que en Davao en los 90, en Manila, la capital de Filipinas, aparecieron en el último mes cadáveres con mensajes escritos en cartones, en los que advertían a la gente que no se metiera en las drogas o serían los próximos.

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