La plaza donde se refugió la democracia

Lo que ha ocurrido en las elecciones de Tucumán no debería sorprender. Desde el primer día de gobierno, el kirchnerismo no dudó en romper las reglas de juego para lograr sus objetivos. ¿Acaso podíamos pensar que no harían lo mismo para retener el poder en estas elecciones?

Esta gente no está dispuesta a perder. Una derrota en las urnas significaría renunciar a sus negocios, sus privilegios, su impunidad. La expulsión del paraíso en la Tierra. Hoy, por primera vez, sienten que esto puede ocurrir. Los delata un tartamudeo casi imperceptible en su soberbia habitual. La pared se agrietó y la casa tiembla. Están con miedo. Peligra el invicto. Por supuesto, perder no está en sus planes y no van a permitir que esto suceda. Hay que aplicar los trucos de siempre, pero más también. Esto se empezó a constatar en las PASO y se confirmó el domingo en Tucumán. Desde pagar por el voto hasta el fraude, vale todo. Hasta que ese todo resulta demasiado, y el pueblo, harto, llena la plaza.

Antes el clientelismo se escondía. Era una práctica vergonzante, que descalificaba. Hoy se ejerce desembozadamente y con orgullo, casi como un mérito digno de ser aplaudido. Lo mostró la excelente crónica de Paz Rodríguez Niell en este diario el sábado pasado, que también anticipaba lo que ocurriría un día después.

Hay que ver a Rolando Alfaro, aspirante a concejal de la localidad de San Miguel, sonriendo a cámara junto con chicas a las que regaló vestidos de 15. Una cruza de feudalismo con modernas técnicas de marketing: no entrega yerba o azúcar, sino felicidad. "Las elecciones son carísimas", se queja. Pero, como todos, compra los votos con plata ajena: las 25 costureras que tiene trabajando en un galpón cobran sueldos de la Legislatura de Tucumán. Así llega al poder alguien capaz de medrar con la ilusión pura de los adolescentes y pasar por héroe. Tiene de quien aprender.

Al trocar alimentos, subsidios, sorteos de autos y vestidos por votos, los candidatos del oficialismo tucumano certificaban sin culpa el vaciamiento de la política (que el Gobierno se jacta de haber recuperado) y la humillación de aquellos que son mantenidos en la pobreza para que, puntuales, tributen su voto a la casta gobernante a cambio de una dádiva.

Es comprensible, y hasta justificable, que quien está relegado a la pobreza reciba con alivio un bolsón de alimentos o un subsidio. Pero lo es mucho menos que un empresario reciba los millones de una licitación por el...

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