Perdidos en la arena

Toda la gracia que tiene una playa es justamente lo que las playas porteñas no tienen. El agua, de mar o de río, es tal vez su principal atracción, y en la de Buenos Aires está prohibido meterse. Los personajes que circulan en la orilla, desde los grupos de chicas hermosas hasta el bañero en sunga y con sueños de galán, brillan por su ausencia (ni siquiera esa orilla existe). Y su paisaje permanente, que dibuja una postal de la ciudad y tiene vida propia, entre nosotros desaparece porque la playa local dura apenas tres meses, como un tetra brik de leche larga vida.Lo que la Naturaleza no da la política lo inventa aun a pesar de las evidencias. La playa prefabricada que el gobierno de Mauricio Macri les regaló a los capitalinos es una buena alternativa para combatir el calor, y el pasado fin de semana 45.000 personas se refugiaron entre sus sombrillas. Pero, como cualquier veraneante sabe, en un playa el calor no se combate: se disfruta. Y eso es lo que no está tan claro que ocurra en los espacios inaugurados de Núñez y Villa Soldati, donde las duchas y los juegos para niños ubican al público en primera fila ante el espectáculo de la polución, el tránsito vecino y las sombras, lejanas y omnipresentes, de los edificios que comparten su adn de cemento...

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