Perder dos clásicos en una sola fecha

El sábado pasado, López se despertó de buen humor. Su mujer se llevaba a los chicos a la quinta de su cuñado y eso le despejaba el día para sentarse frente a la televisión. Lo esperaba un programa doble. A mediodía, el discurso de la Presidenta en el Congreso, al que se sometería para cumplir con el mandato de su conciencia cívica. Por la tarde, el partido de Boca, única pasión a la que el metódico contable se entregaba sin freno, válvula de escape de un hombre en el que se imponía la razón cartesiana.

Frente a la ventana, mientras veía cómo se alejaba el auto familiar con su mujer y sus hijos dentro, se sintió como un chico al que dejan solo con su mejor juguete. Pero no era eso. Era más bien la satisfacción de saber que nada alteraría el plan que se había trazado. Primero, el deber. Luego, el placer. Un delicado equilibrio que se correspondía con su temperamento, dado al justo medio y macerado en una educación estoica que le enseñó que toda alegría se compensa con alguna tristeza, que a todo gozo le sigue un necesario sufrimiento. Aún no lo sabía, pero ese sábado López iba a sufrir. Y por partida doble: tanto a causa de su razón incorruptible como por la única pasión visceral que se permitía.

Cuando el auto dobló la esquina, López dio media vuelta y se instaló frente a la pantalla con el mate y los bizcochos cerca. El acto ya había empezado. A la Presidenta se la veía radiante. Parecía una estrella de Hollywood. Sólo al día siguiente López sabría que la Casa Rosada había contratado un iluminador de cine para dirigir un haz de luz sobre la coronilla de la mandataria, relegando a la penumbra al resto de los presentes. Pero el problema de López no era la imagen, sino el audio. Es duro escuchar a una persona hablar maravillas de sí misma. Y más todavía si lo hace durante tres horas. El tono monocorde lo sumía en un estado próximo al desmayo. Sin embargo, cuando sus párpados estaban a punto de sucumbir, su mente insomne resultaba herida por frases que desafiaban la lógica más elemental. Entonces pasaba, sin escalas, de esa duermevela imprecisa a picos de una excitación extrema.

Uno de esos picos sobrevino cuando Cristina la emprendió contra las protestas callejeras. "Vamos a tener que sacar alguna normativa de respeto a la convivencia ciudadana, porque no puede ser. No puede ser que diez personas te corten una calle", reprendió, ante los aplausos de propios e incautos. A López el interrogante le brotó desde muy adentro: "¿Puede decir esto un...

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