La pena en la Provincia de La Rioja: De las legales y las ilegales

AutorIvana María Cattaneo de Azcurra

Rumbo a la Pampa de la Viuda, es de Ernst

Nuestra provincia, encuentra desde su génesis la aplicación de penas crueles e infamantes, desde la aplicación de las mismas a nuestros primeros caciques diaguitas, por parte del colonizador. El ajusticiamiento sin juicio previo, se perfeccionó con el envío de los Coroneles de Mitre a la provincia, a lo que siguió la muerte del “Chacho Peñaloza” y Facundo Quiroga. El primer antecedente puede apreciarse con la sanción de la Ley 49 (pionera en materia de delitos federales), surgida durante las guerras civiles. La falta de toda aplicación de justicia, el trato más cruel y la violación más flagrante de los derechos humanos da su última estocada durante la última dictadura militar, con la historia más trágica que haya padecido la Iglesia Católica, atento a que varios laicos, dos queridos sacerdotes que se desempeñaban en la Ciudad de Chamical, y el propio Obispo Angelelli, fueron martirizados sin ser juzgados hasta la muerte. Entre 1862 y 1868 fueron enviados a La Rioja, que en ese entonces era una típica ciudad colonial norteña, compuesta por caseríos construidos de barro y piedra, unas cuantas familias descendientes de colonizadores, y la mayoría criollos o diaguitas que respondían a caudillos naturales de la región. Su topografía, la pobreza de nuestro suelo, la carencia de agua, definida por los Mitristas como esa “aldea miserable”1 fueron la médula espinal que inspiró el General Mitre para culminar con las tropas montoneras. Comenta el Dr. Ricardo Mercado Luna: “En los primeros días de diciembre de 1861 fue desprendido el primer Cuerpo de Ejército al mando del General Wenceslao Paunero. Su destino fue la Ciudad de Córdoba, posición estratégica que le permitiría el avance sobre las extremidades del país aún no controladas. La Rioja coloreaba con sus tonos más vivos el objetivo del sometimiento. Sus caudillos, su tradición montonera, su carácter indomable y levantisco, explicaban las razones de esta especial prevención. . .” 2 La invasión de esos años, además de lograr la salvaje muerte del Chacho Peñaloza en manos del Coronel Ambrosio Sandes, instauró la tortura como recurso de dominación, el recurso utilizado siempre para asegurar la opresión y el sometimiento de los más débiles. El ejército de Mitre, instalado en esos años en la provincia de la Rioja, no fue el de San Martín, distinguido por una conducta noble y contraria a la tortura. Mitre eligió militares orientales, especialistas en la aplicación de métodos de torturas, para reclutar soldados en nuestra provincia. No existían leyes, ni derechos, nada pudo detenerlos. “Degollar despacio y con cuchillos sin filo; lancear de a poco, demorando el lanzazo final; fusilar como rito de escarmiento, u otras formas semejantes de quitar la vida, son primero una tortura, y así lo practicaron sistemáticamente los Coroneles de Mitre. Cazar los hombres a tiro de boleadoras, engrillarlos, entramojarlos, vejar sus mujeres, establecer casas de perdición con pobres víctimas arrancadas del hogar doméstico por derecho de conquista fueron otras tantas formas de tortura. La más famosa en nuestra provincia fue el “cepo colombiano”3 que era un suplicio cuya invención se atribuye al colombiano López Matute, que en 1827 se valía de él para descubrir el dinero y las joyas escondidas por los habitantes que saqueaba. Les proporcionó tal enseñanza a los Coroneles que envía Mitre a La Rioja, y es la especie de tortura que más se utilizaría. El Coronel Ambrosio Sandes, tenía acostumbrada su tropa a este tipo de suplicio, y así los riojanos que se revelaban eran puestos en el cepo de lazo, unidas las piernas, dentro del cuadro formado ex profeso por el ejército. Los paisanos que no revelaron donde se encontraba “el Chacho” fueron ajusticiados de esa manera, las columnas vertebrales rotas en dos o tres partes y en la nuca donde se apoyaba el fusil que la comprimía contra las rodillas, no pudieron vencer la fidelidad de la causa federal. Irónicamente los invasores invocaban para defender la aplicación de estos tormentos el mandato supremo que había elevado la Asamblea del año 1813: “Quedan abolidos para siempre los instrumentos de tortura”. Ello ocurrió en la década del 60, o sea diez años después de la Constitución Nacional lo había prohibido. “El 12 de noviembre de 1863 el brigadier general Angel Vicente Peñaloza, a sus gallardos 70 años, está refugiado en la casona de su amigo Felipe Oros, en la pequeña población riojana de Olta, con media docena de hombres desarmados, a pocos días de su derrota en Caucete, San Juan, contra las tropas de línea del gobernador de la provincia y director de la guerra designado por el presidente Bartolomé Mitre: Domingo Faustino Sarmiento, que estaba desesperado entonces por saber dónde se escondía su peor enemigo. A principios de mes el capitán Roberto Vera sorprende a un par de docenas de seguidores de Peñaloza. "Acto continuo se les tomó declaración", dice el escueto parte de su superior, el mayor Pablo Irrazábal: seis murieron pero el séptimo habló. El chileno Irrazábal lo manda a Vera con 30 hombres al refugio del caudillo, donde lo encuentra desayunando con su hijo adoptivo y su mujer. El Chacho, el amable gaucho generoso y valiente defensor a ultranza de las libertades de los pueblos, sale a recibirlo con un mate en la mano y, entregando su facón -en cuya hoja rezaba la leyenda "el que desgraciado nace / entre los remedios muere"-, le dice al capitán: "estoy rendido". Vera lo conduce a uno de los cuartos y le pone centinela de vista. Y le comunica el suceso a...

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