Papá Bueno, el arquitecto de sueños

Lo supimos apenas llegó a nuestras vidas: era un hombre inolvidable. No por la traza de su figura (algo de la alta silueta del Quijote) ni porque fuese dado a la extravagancia; con el transcurrir del tiempo, lo que perduraba en quienes lo conocían era el don de la sencillez y la generosidad. En medio del vértigo de las cosas, cuando intuía que el pesar, la angustia o la fatiga ensombrecían a aquel que tenía adelante, abría sus brazos para ofrecerle cobijo. Acaso era un hombre bello, si es que la belleza está asociada a la idea de la bondad.

Alguien quiso cierta vez resumir esos atributos: lo llamó Papá Bueno.

Cuando hace unos días volvió a reunir en una cena a su equipo de trabajo para despedirse, después de haber compartido la tarea durante tantos años, nos regaló a cada uno de nosotros un mismo libro. Durante varias horas, compartimos recuerdos mientras bebíamos y comíamos un delicioso pollo al curry. En otra comida que hoy parece lejana, una víspera de la Navidad, nos había incitado a ser aún mejores entregándonos un ejemplar de Retratos y encuentros, el extraordinario volumen de Gay Talese, que reúne algunas piezas magistrales del oficio periodístico. Esta vez, en cambio, quiso iluminarnos con la fe invencible de su optimismo.

El título del libro es una promesa: La felicidad es... 500 razones para sentirnos felices. Apenas miramos la portada del libro, con la palabra "felicidad" titilando en su portada y el dibujo inocente de una niña con un globo en la mano, esbozamos una sonrisa. En ese augurio asoman algunos rasgos de Papá Bueno: la límpida mirada y la nobleza de espíritu, el gusto por las pequeñas cosas, el placer infinito por el juego. Rodeados por las hostilidades del mundo como estamos los adultos y tantas veces empantanados en el sueño de alcanzar grandes dosis de bienestar, es fácil sucumbir al encantamiento que producen estos anhelos de aire infantil, pura inocencia. Por unos segundos, mientras hojeábamos el libro, nos dejamos encantar por la idea de volver a ser un poco niños.

Son los placeres sencillos de la vida cotidiana, apenas fragmentos de felicidad, destellos de alegría; la felicidad en lo que apenas dura un parpadeo: llegar a la estación de servicio con la reserva de combustible, hacer muecas graciosas en las fotos, dar vueltas en una silla giratoria, hacer cucharita, saltar las olas, correr por en medio de los rociadores en el jardín, ser el primero en pisar la nieve fresca, embocar el papel en el cesto de la basura...

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