Un país que vive en el Día de la Marmota

En la Argentina estamos siempre en el mismo lugar. Como en la película El Día de la Marmota, con el impagable Bill Murray, te levantás de la cama y salís al día solo para darte de bruces con una realidad que debiste haber dejado atrás hace días, meses, años, y que sin embargo sigue allí, inamovible. Estamos atrapados en las redes de un pasado que no se resuelve y desafía el paso del tiempo. Cautivos en la pesadilla de nuestras contradicciones, no podemos despertar. Cada día es igual al anterior y prefigura el siguiente, con el consabido desfile de viejos personajes y el repertorio gastado de argumentos que jamás llegan a un desenlace, porque en el país de la marmota la única condena firme es la eterna repetición de lo mismo.

Te levantás fresco, te regalás una ducha caliente y un café cuyo aroma te reconcilia con la vida y te induce a creer que el día avanza hacia un horizonte promisorio y virgen, hasta que por alguno de los dispositivos que nos conectan con eso que llamamos realidad empiezan a llegar las noticias. Lo de siempre: Carlos Menem sentado en el banquillo de los acusados, Hugo Moyano amenazando con parar el país si no le dan lo que quiere, Baradel y la huelga docente, la vieja CGT jugando al paro con el guiño del PJ, la discusión por la reforma laboral, la valija de Antonini Wilson (otra vez la consagración de la impunidad), el asesinato del fiscal Nisman (recién ahora se lo puede llamar así, de acuerdo con la Cámara Federal).

En suma, la condena de volver sobre un pasado que no se resuelve. Y que estamos destinados a repetir, según parece. Detrás de la imposibilidad de salir de esta trampa hay otra constante vieja como el país que ha recrudecido en la última década y que estuvo muy presente en estos días: la intolerancia, la fuerza como único medio para dirimir los conflictos e imponer el propio interés. Un antagonismo férreo entre unos y otros que vuelve estéril la palabra y agrava los problemas en lugar de resolverlos.

Un ejemplo de esto se vio en el programa A dos voces. Allí, el actor Raúl Rizzo, al defender la campaña "La patria está en peligro", lanzada por algunos actores en contra del préstamo del FMI, arremetió contra quienes pensaban distinto con una virulencia feroz. No está mal pensar como piensa Rizzo. Está en su derecho. Lo que no sirve, lo que nos condena a seguir igual, es descalificar como cínicos e hipócritas a los que no ven las cosas o no piensan como nosotros. Los fanatismos expresan una intransigencia...

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