El país del optimismo mágico

"Si de forma consciente votas a un político corrupto, es porque tú en su caso harías exactamente lo mismo", razona el escritor español Manuel Vicent. Su tesis es que existe una ideología mórbida según la cual nos negamos a ver el lado sórdido del candidato que elegimos: "Aunque los medios de información descubran y aireen cada día sus delitos de cohecho, malversaciones de caudales públicos y robos descarados piensas que sus tropelías no te atañen -dice Vicent. Los votas, pero tú eres un ciudadano honorable e incontaminado. La virulencia de esta infección cerebral te llevará a las urnas una vez más como un borrego e incluso celebrarás su triunfo si ganan las elecciones". Resulta un consuelo empobrecedor comprobar que la relativización moral no es sólo patrimonio de la Argentina, pero al menos tiene la virtud de recordarnos por qué los negocios turbios del poder pesarán poco y nada el día de los comicios. No en todas las sociedades sucede lo mismo: tanto la imagen de Bachelet como la performance de Dilma han caído a su mínimo histórico a raíz de los escándalos que protagonizaron sus funcionarios, pero Cristina Kirchner se recupera de manera notable, a pesar de que tiene la imagen negativa más alta del país. Su despedida del poder enaltece su partida y le permite ejercer todavía, aunque parcialmente, el dedo elector. La clave de ese repunte, sin embargo, no es el glamour del adiós, sino la sensación del bolsillo. Los sondeos siguen registrando un marcado crecimiento del optimismo en la sociedad argentina. Hay, como se sabe, dos clases de optimistas: los que sienten que la economía no estalló ni estallará a pesar de algunos pronósticos oscuros, y los que piensan que este gobierno se acabará y que el próximo mágicamente mejorará todo. En el primero de los casos, parece haber calado la ocurrencia de que los agoreros se equivocaron y de que la economía kirchnerista marcha sobre ruedas. Tal vez sea cierto que algunos catastrofistas exageraron y dijeron pavadas, pero no es menos verdadero que la hemorragia de las reservas fue dramática y estuvo a punto de hacer volar por los aires todo el sistema. El Gobierno, más nervioso que nadie, debió despedir al presidente del Banco Central y aplicar trucos que ahondaron la recesión para evitar la tragedia. También tuvo que eludir las obligaciones internacionales entrando en un default técnico porque el discurso rendía y la plata no alcanzaba, y establecer luego relaciones carnales con China para recibir a...

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