El Estado que padecía el síndrome de Russell-Silver. El día después del aborto
Autor | Néstor S. Parisi |
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El Estado que padecía el síndrome de Russell-Silver. El día después del aborto *
Por Néstor S. Parisi
Ciertamente –créase o no– uno de los primeros retos profesionales al que me enfrenté, allá por el año 2001, fue el caso de una mujer que concurrió a mi estudio para solicitar que se le permitiera judicialmente realizársele un aborto, a causa de haber sido víctima de una violación. En aquel momento, desprovisto de todo conocimiento pragmático, ni bien oí su pretensión le informé que no tomaría el caso, argumentando mis propias creencias religiosas. Que estaba a favor de la vida que era mi principal –y único– sostén para ejercer mi derecho a no representarla legalmente.
Eran tiempos en los que el alto tribunal aún no había dictado el célebre caso “F.,
A.L”1donde, entre otras líneas directrices, dispuso que solo bastará, si el caso era contemplado dentro de las excepciones del art. 86 del Cód. Penal, una declaración jurada de parte de la persona para proceder al aborto, solicitando que los hospitales y médicos se abstengan de peticionar autorización judicial en esas circunstancias.
Ni bien me dispuse a saludarla, aquella anónima dama –en rigor nunca supe su nombre– me solicitó entre lágrimas, que sólo la escuchara dos minutos y que luego se retiraría. Soy abogado, no psicólogo, pensé. Adelante; le dije. La escucho. Luego de un par de minutos sus ojos reflejaban un vidriado angustiante que hicieron las veces de lanza en aquel título que tenía colgado detrás de mí. Entre un llanto desconsolado, al final de un relato trágico donde me ilustraba como había sido el episodio en el que había sido víctima de una violación, llegó a balbucear “estimado doctor, recurro a usted porque confio en la justicia”.
¿Justicia? –me dije–. La justicia esta solo reservada a Dios pensé. En los tribunales la cosa es definida por hombres, susceptibles de errores e imperfecciones como cualquier mortal. Recordé por entonces las palabras del maestro Jorge Peyrano cuando escribió que el magistrado civil no es un investigador a todo trance de la verdad, sino que su cometido, en cambio, es procurar aproximarse limitada y selectivamente a la verdad.
Cuando aquella mujer se disponía a darme la mano y retirarse, llegó a decirme “cada mañana cuando me levanto, lo primero que veo es mi panza creciente… y allí no veo a mi hijo… sino que miro el reflejo del hombre que me violó, y vuelvo a ser violada una y otra vez todos los días”.
No supe bien que decir. Mi inexperiencia para juzgar ese tipo de situaciones era tan distante de la teoría de los códigos tal como me habían prevenido algunos de mis profesores. Jamás imaginé que aquel trecho pudiera medirse en años luz. Quizás, no sería lo mismo de no haberme...
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