El país, ante un momento inédito y muy delicado

Una cosa es la madurez. Y otra, el madurismo. Así como una cosa es ser retro y otra muy distinta es ser un retrógrado. Visto en melancólica perspectiva y puesto en términos risueños, el kirchnerismo fue el "viejazo" de la política moderna: un setentista cultural que no aceptaba su edad, se rebelaba contra los datos, apelaba a raídas consignas de juventud, cambiaba de ropas y amistades, y al final frecuentaba un tierno ridículo. En términos más serios y actuales, este madurismo de última generación, en su conocido rol de caballo de Troya dentro del patio siempre vulnerable de la democracia, empuja a la Argentina a un momento inédito y muy delicado: ¿cómo se realiza una alternancia razonable con un proyecto autocrático que no escucha ni acuerda? El feudalismo no tiene prevista la caballerosidad republicana, así como el nacionalismo jamás le entrega la banda a la Antipatria. Y aunque transitamos el tiempo de las farsas ideológicas, los nudos de este conflicto están saliendo a la luz día tras día: el relato todavía no ha escrito una salida decorosa que convierta a los enemigos en simples adversarios, ni que acepte deportivamente el turno de los que piensan distinto.Es que el oficialismo, que en esta última etapa tiene a Nicolás Maduro como Santo Patrono, no entra en el sano juego del sistema de los partidos políticos (en el fondo representa la verdadera antipolítica); no reconoce el espíritu de la transición ni resiste el mínimo consenso: avanza en solitario y con llamativo apuro sobre el dictado de leyes de fondo y en la toma de decisiones irreversibles que comprometerán el futuro, y lo hace de prepo, con ayuda de férreas mayorías automáticas. Cristina Kirchner quiere ser Roca, Perón, Mosconi y Vélez Sarsfield, y se sirve de aquella foto del 54 por ciento, que ya ni siquiera representa la realidad, para consumar su deseo personal de gloria: el egoísmo de un líder personalista tiene estas arbitrariedades y megalomanías. Siguiendo estrictamente su criterio, Massa o Macri podrían ser bendecidos alguna vez con idéntico porcentaje de votos, y quedarían de esa manera automáticamente habilitados para destrozar la ley de hidrocarburos, detonar el flamante Código Civil y anular cualquier otra legislación del disco rígido de la República. No me refiero a revisar algunas medidas, que criteriosamente cualquier nuevo gobierno tiene derecho de modificar, sino a esos asuntos perennes que hacen a políticas de Estado de largo plazo y a contratos con otras naciones: debieron...

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