Un otoño para sanar las heridas y pensar

Hasta nuestra cabernet sauvignon, que sabe de climas extremos, pasó momentos difíciles este verano. Nota para sabedores: las hojas más visibles en la foto parecen de una syrah o una merlot, pero atrás, las hojas antiguas muestran la forma característica de este varietal

Me gustaría escribirle de nuevo al otoño, que en rigor arrancó el lunes, no ayer, con el nuevo equinoccio. A las seis y media de la tarde, más o menos.

Me gustaría, decía, recuperar una vez más esta estación olvidada. Olvidada por tibia, por tenue, por tranquila. Porque no da problemas. Le falta el renacer atolondrado de la primavera, los abrazos solares del verano y el frío temible de la larga noche invernal. Por eso suelo escribirle al otoño, que lejos de ser un relleno en el calendario es el tiempo de los frutos. No habría nada sin el otoño. Pero ya saben cómo es. A veces lo más importante ocurre en silencio y sin pompa.

Esta será la época en la que cosecharé las semillas de las aromáticas, y es también el tiempo de la vendimia, cuando el vino empieza a permitirse la existencia. Pero este año, por primera vez (al menos, aclaro, por primera vez en mi vida), el cambio climático nos puso contra las cuerdas.

Recuerden la primavera. Seca y fría como una mala noticia. Mis lotos apenas tuvieron la oportunidad de arrancar, y no dieron ni una flor. Titubearon durante semanas, cuando los años anteriores, para diciembre, antes incluso del verano, ya nos habían deslumbrado con sus rosas y sus amarillos desbordantes.

-Esto no está bien -murmuré, y los que me conocen hicieron silencio, porque mal o bien saben que si me quedo mucho tiempo callado mirando el campito (no me atrevo a calificarlo de jardín, en su desordenada pujanza) es porque estoy prestando atención a las cosas que dicen el cielo y la tierra.

Nuestra cabernet sauvignon brotó, no obstante, como siempre. La vid se adapta a casi cualquier rigor. Así que no me preocupé del frío y la falta de agua. Hice mal. Una mañana la vi allá a los lejos, devastada por las hormigas. No le dejaron ni una hoja, y derivó en escándalo familiar. Insistí con que iba a volver a crecer. Reverdeció. Pero volvieron a podarla.

Eso significaba una sola cosa. Esa parra estaba estresada. Las hormigas parecen hacer daño. A veces incluso lo hacen, es cierto. Pero la naturaleza no anda a los tropezones, improvisando soluciones y el proverbial "vamos viendo". Ha...

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