Opuestos y parecidos

En ocasiones, quienes creen oponerse se parecen demasiado.

Vivimos tiempos convulsos, donde todo parece dado vuelta y resulta difícil distinguir los elementos. El día y la noche, lo seco y lo mojado retornan a ese estado de indiferenciación previo a la gesta creacionista. Diluvio, dice el Génesis. Cambalache, diría Discépolo.

En la semana que pasó, dos declaraciones casi simultáneas de personajes más o menos notorios resonaron como truenos: uno, hablando de saqueos y sangre en las calles; otro, llamando a actuar a las fuerzas armadas. Este último, el tristemente célebre Aldo Rico, remató su convocatoria con una frase llamativa: "Cuando la patria está en peligro, todo es lícito". Lo curioso es que si, por un error del editor de un diario, esa frase se le hubiese atribuido al otro personaje del que hablo, Juan Grabois, sería perfectamente creíble.

En efecto: al modo de dos caras de una misma moneda, ambos invocan la violencia como vía legítima y justificada para enderezar el rumbo de esta nave de locos que es actualmente la Argentina.

Es cierto que la violencia tiene mil caras, y que a veces se presenta bajo las máscaras menos reconocibles. La pobreza, la inflación descontrolada, la desesperanza y la frustración de millones de personas son efecto de otras violencias más acalladas o de apariencia "oficial" porque son ejercidas desde el lugar de quienes (des)gobiernan, revestidas de su (dudosa) autoridad.

La violencia, en efecto, campea y se filtra en todos los rincones de la vida de los sujetos en una nación desorientada. Pero creer que esa violencia "autorizada" se combate o se frena mediante actos de sangre, vengan del lado que vinieren, es echar nafta al fuego. ¿Cómo se hace, entonces, para acotar el espanto?

Tal vez la clave radique en una palabra del pobre discurso de Rico: "lícito". ¿Quién, cómo, desde dónde se decide sobre la licitud? ¿Se trata de una categoría individual, subjetiva, coyuntural, que determinadas personas -por gozar de posiciones privilegiadas o de fuerzas superiores- pueden determinar e imponer?

Ahí entonces surge otro personaje, de relevancia mayúscula para el asunto: cuando se repite que Cristina solo está preocupada por sus causas y su situación judicial, ajena al hambre y a los padecimientos de la gente, se afirma que al ciudadano de a pie, urgido por necesidades más acuciantes, ese tema -la reforma de la Corte, las disputas judiciales- no le interesa. Entiendo que tal suposición es un error grave.

Porque lo que...

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