Oda a un príncipe gentil y discreto

Cuando escucho a George Harrison tengo ganas de ser vieja. Yo, que siempre digo que prefiero morir antes de llegar a los 73, que me retuerzo cada vez que escucho la palabra geriátrico, pongo cualquier tema, el que sea, "Wah-Wah", "Ballad Of Sir Frankie Crisp", "Here Comes The Sun", y quiero tener cuarenta años más porque mis treinta y seis me quedan chicos, porque estas arrugas no alcanzan, porque los abriles tendrían que multiplicarse, porque este tiempo no debería haber sido el mío.Mi tiempo debería haber sido el tiempo de su melena oscura y corta, amontonada en la cabeza, de su pelo largo, largo hasta el pecho, largo ondulado, de su bigote anclado, de sus trajes de corbata lisos, ajustados, de sus camisas batik, sus pantalones claros y anchos, sus medias rojas, los vestidos de bambula, los flecos, las vinchas en medio de la frente y los cigarrillos uno tras otro. Mi tiempo debería haber sido el suyo. Y yo tendría que haber estado allí.Con falda de invierno, medias oscuras y largas, una remera cuello de tortuga y lentes de marco dorado. Yo debería haber ido a verlo tocar junto a sus compañeros de The Beatles en el show de televisión del estadounidense Ed Sullivan, durante esos años en que Liverpool todavía estaba tan cerca que apenas podía imaginarse que iba a llegar a la India.Debería haber gritado su nombre hasta olvidar el mío. Yo tendría que haber estado ahí. Descalza, con los pies llenos de tierra, los ojos apenas abiertos, en cualquiera de sus recitales como solista, en el concierto por Bangladesh, en el último que dio aquel 6 de abril de 1992 en el Royal Albert Hall de Londres.Tendría que haberlo escuchado tocar la guitarra, el sitar, el violín, el arpa hindú, con esos dedos que al rozar las cuerdas en verdad querían entender por qué. Tendría que haberlo escuchado cantar "My Sweet Lord" como lo hacía, con esa voz que se confunde con los instrumentos, porosa, magra, dulce, algo ronca, abrigada, que a veces marca una consonante, cualquiera que sea, para quebrar apenas la paz que provoca y para que quien escucha recuerde que sí, que es él, que es cierto.George canta como la naturaleza. Su música es el rocío blanco que cae sobre el pasto recién cortado de un jardín que más que jardín es campo. Es la mañana. El comienzo...

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