En nombre de mi abuela

Esa tarde salí de dar mi examen de inglés y mi abuela Juana me llevó a tomar el té a la Richmond, la clásica confitería de la calle Florida. Juana ordenó el té sin titubeos; lo hizo con un estilo de clase ajena, adoptando gestos y tonos a puro atropello. Me fascinó verla así, tan diestra que hasta podía parecer refinada. Hija de judíos europeos, Juana había nacido con el nombre de Ana Wilion en el porteñísimo pasaje Del Carmen y el idish que dominaba como código de familia nunca impidió que su lengua fuera argentina y tanguera. Era puteadora con estilo, mi bobe; sus ojitos claros y miopes detrás de los cristales gruesos de sus anteojos podían llegar a doler como estiletes cuando se enojaba. Le costaba demostrar amor; había quedado huérfana temprano y su madre inmigrante entonces tuvo que elegir a quién educar formalmente, por lo que su hermana mayor terminó la secundaria que ya cursaba, su hermano menor (pero varón) también pudo estudiar, pero ella, que al morir el padre apenas tenía doce años, debió quedarse en la casa para ayudar a su mamá, aunque sus ambiciones tenían forma de libro. Primero vendieron la vajilla completa que habían traído en el barco; luego montaron un rústico bodegón que daba de comer a empleados y obreros en el Abasto. Se casó, tuvo tres hijos y nueve nietos y fue una comerciante próspera, pero algo faltó siempre.

Mi bobe viene a cuento esta semana en la que anduve leyendo sobre abuelas, una real y otra de ficción. Ambas chilenas. Matilde es una novela para chicos, su autora es Carola Martínez Arroyo y cuenta la historia de la hija de un desaparecido sin golpes bajos ni melodrama, algo que siempre se agradece. Matilde tiene 9 años y vive con su mamá y con su abuela, la madre sufriente del padre que ya no está. Son los primeros años después del golpe de Pinochet y Matilde mira el mundo desde sus zapatos. Le gustan las trenzas, adora a Sara Kay y a los ositos cariñosos mientras en las calles los militares siembran miedo. En la escuela dice que su padre viaja mucho y que por eso no está nunca; ni su madre ni su abuela pueden darle razones para entender el sinsentido de la...

Para continuar leyendo

Solicita tu prueba

VLEX utiliza cookies de inicio de sesión para aportarte una mejor experiencia de navegación. Si haces click en 'Aceptar' o continúas navegando por esta web consideramos que aceptas nuestra política de cookies. ACEPTAR