¡No sufra, ministra Stanley!

En 1989, el primer presidente de la democracia, , caracterizado por su compromiso social y su defensa de los derechos humanos, debió renunciar anticipadamente a su presidencia, dejando tras de sí una pobreza que abarcaba al 38,3% de la población.Tarde se dio cuenta el doctor Alfonsín de que la no es consecuencia de los ajustes neoliberales, ni del imperialismo, ni del Fondo Monetario Internacional, sino de la inflación, que destruye la moneda, ahuyenta la inversión, cierra industrias, provoca despidos, quiebra las empresas y termina afectando con las mayores consecuencias a los segmentos más humildes de la población.La no es un fenómeno natural ni una peste que llega del exterior. Es resultado de un exceso de por encima de la productividad de la economía. Es consecuencia de emitir dinero para cubrir el bache de ingresos y refleja la reacción de la gente, que pierde confianza en los billetes. Como en el juego de las sillas, cuando todos cambian pesos por dólares, solo se quedan parados frente a góndolas con precios inalcanzables, los más pobres.Pero la inflación también es un fenómeno político. Casi imposible de reducir por ser bastión de los intereses creados y sustento de líderes populistas, políticos clientelistas, gobernadores desaprensivos, seudoempresarios parasitarios del Estado y sindicalistas incorregibles. También de millones de buenas personas que tomaron lo que en la Argentina "se daba": empleos redundantes, jubilaciones sin aportes, pensiones de favor, horas extras prebendarias o suplencias injustificadas. Y que siempre votarán a favor del statu quo.Cuando Alfonsín advirtió que la estabilidad de su mandato exigía una profunda reforma del Estado, hacia 1987, reconoció que el sector público había crecido "al calor de un consenso social más o menos espontáneo" más allá de lo sostenible con los recursos disponibles. Pero ni el peronismo ni el propio radicalismo estaban dispuestos a encarar esas reformas, alentadas por Juan Vital Sourrouille y Rodolfo Terragno, y el país se desbarrancó en la hiperinflación con una tasa anual del 3079%, en 1989.redujo la pobreza al 22% cuando aplicó la convertibilidad y realizó algunas reformas estructurales, recreando una demanda por la moneda nacional. Pero, como en el cuento del escorpión, no pudo con su esencia peronista e hizo crecer el gasto público en forma inconsistente con la paridad fijada. Al poco tiempo, la población comparó el peso con el dólar y concluyó que no valían lo mismo. Y así...

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