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Difícil que se entiendan alguna vez. Ocurrió el martes, en la Universidad Católica Argentina, durante un seminario sobre inclusión social. Miguel Blanco, director general de Swiss Medical, acababa de exponer los requisitos que cree necesarios para que el país despegue, ese conocido credo empresarial que va desde la propiedad privada y la seguridad jurídica hasta "el equilibrio fiscal por el lado de la baja del gasto, no la carga tributaria", y, en el mismo panel, al otro extremo de la mesa en todo sentido, compendió sus razones Esteban Castro, líder de la CTEP: "Las empresas que exportan tienen que entender que los que estamos últimos en la fila podamos pagar los alimentos. Una persona que vive en un country tiene miedo de entrar al barrio donde yo vivo, pero yo no puedo entrar en un country: eso es desintegración social".Es el contexto de la discusión que hereda el próximo presidente, sea quien fuere. Y que ya genera una especial atención en el Frente de Todos, que propone llamar, si gana, a un gran acuerdo entre los sectores. Las organizaciones sociales, convertidas ya en protagonistas de la vida pública tanto o más gravitantes que los sindicatos, pretenden sumarse. "Sin que nadie nos pueda llevar a patadas: un acuerdo es un acuerdo", advirtió Castro en la UCA. "Nos pusieron el doloroso mote de choriplaneros. No es que no trabajo, no es que nos encanta cortar la ruta: es que no nos queda otra", agregó.La Argentina llega a esta encrucijada con la sensación de estar atravesando un ajuste que no solo no concluyó, sino que, para algunos analistas, en términos reales recién empezó. En rigor, dicen, lo que hizo Macri fue reemplazar gasto por deuda. Los números les dan parcialmente la razón. El déficit fiscal primario, que en 2015 estaba en el 3,8% del PBI, quedará reducido al cabo de este año a cerca del 1%, pero el déficit financiero, que ya ascendía con el kirchnerismo al 5,1%, es probable que orille el 6% en 2019. Es lo que pudo o quiso hacer Macri. Lo posible en la Argentina sin el peronismo, creen en su entorno. Que obligó al Gobierno a transitar una cornisa que terminó de implosionar después de las primarias, cuando el mercado percibió que, si volvía Cristina Kirchner, corría riesgo el pago de la deuda. El acreedor privado suele ser más despiadado o incrédulo que el Fondo Monetario Internacional: mientras este observa el resultado fiscal primario de los países -es decir, el margen operativo que tienen para cumplir con sus gastos...

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