No hay manual para el país de los delirios

En el diccionario personal de Ambrose Bierce la paciencia tiene una rara e irónica definición: "Forma menor de la desesperación disfrazada de virtud". Los argentinos toman con ardiente paciencia, con disimulada desesperación, las amargas medicinas de la normalización económica y van poniéndose lógicamente quisquillosos a medida que transcurren estos interminables y sombríos meses de cirugía y convalecencia gradual. El retorno de la Pasionaria de El Calafate, su discurso mesiánico, su tono amenazante y su multitudinario acto de intimidación judicial refrescaron de pronto la corta memoria de muchos ciudadanos y los rearmaron de paciencia. El Gobierno, que necesita comprar tiempo, celebró en secreto ese beneficio paradójico: sigue siendo negocio que la dama y su troupe de sospechosos y piantavotos recuerden a la sociedad los años en los que vivimos en peligro de enajenación. A esa chirriante autocelebración de los mariscales de la derrota faltó el peronismo, donde se califica a los camporistas como "esos locos": el epíteto pone orgullosos a los aludidos puesto que reivindican íntimamente la "locura de los ideales" (así calificaban a la "juventud maravillosa"; así les decían a las Madres) y confunden con deleite (una vez más) la irracionalidad política con la creatividad de las vanguardias. La alegría hilarante que les daba ver a su líder imputada bailando la conga en los balcones y subiendo histriónicamente las escalinatas de los tribunales es algo digno de análisis multidisciplinarios. Habría que buscar, en principio, pistas en la bibliografía del fundamentalismo religioso. Muchos de los militantes hablaban de una verdadera "fiesta". Parecía, en todo caso, una fiesta en un neuropsiquiátrico. No se puede festejar que una ex presidenta constitucional deba dar explicaciones ante la Justicia en un contexto de múltiples causas por grave venalidad y cuando sale tétricamente a la luz cada día la matriz corrupta de su proyecto: los dos más íntimos colaboradores de su esposo (Jaime y Báez) duermen en un penal de Ezeiza. El asunto no da para reír, sino para llorar. Es un drama profundo que no sólo involucra a los Kirchner. Es una tragedia de toda la democracia argentina.

Mientras esta juerga proselitista se llevaba a cabo, Urtubey pasaba la mañana con Macri, el jefe de Gabinete almorzaba con Massa, los líderes de las centrales obreras tomaban café en Balcarce 50 y el Partido Justicialista, con el aval de gobernadores y dirigentes de peso, cerraban una...

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