No más golpes a la memoria

Tuve la desgraciada "suerte" -perdóneseme la contradicción- de recorrer la Escuela de Mecánica de la Armada cuando el kirchnerismo no había comenzado todavía a convertir el principal centro de detención ilegal, tortura y desapariciones de la última dictadura militar en uno de sus botines de guerra predilectos, al ordenar parcelar sus instalaciones para distintos menesteres, y que terminó violentando aún más, al banalizarlo, con murgas, asados irreverentes y hasta clases de cocina, con la participación estelar de y .

En aquella ocasión pude sentir por mí mismo la gélida opresión de la tragedia desatada en ese lugar, sin intermediaciones interesadas ni relatos distorsionados que sobrevinieron con sucesivas puestas en escena a partir de 2004 al querer hacer pasar como el hecho fundacional de la política de derechos humanos el retiro del Colegio Militar de un cuadro de Videla, cuando, en realidad, la había iniciado veinte años antes, en un contexto inquietante y aún peligroso, el padre de la democracia recuperada, .

No conocía, en cambio, el Parque de la Memoria, al que llegué por primera vez hace dos domingos. Allí, perplejo, no pude evitar incómodas sensaciones. Es imprescindible que la Argentina dedique un espacio a recordar a las víctimas del peor de todos los terrorismos: el que es organizado desde un Estado constituido. Pero eso no habilita a hacer un relato, por momentos, avieso y a mezclar los nombres de víctimas inocentes con los de "combatientes", muchos de los cuales, incluso, alzaron sus armas contra la democracia. Aun sumados unos con otros los nombres inscriptos en los muros, están muy lejos de ser 30.000, el número sacralizado por las organizaciones de derechos humanos que, incluso, para Horacio Verbitsky "quedó instalado como un lema, como un símbolo". Por decir algo parecido, casi le cuesta el cargo al ministro de Cultura de la Ciudad, Darío Lopérfido, al que artistas K y activistas intentaron darle un frustrado y patético minigolpe de Estado por el crimen de opinar distinto.

Es una verdadera paradoja que así como los militares trataron de imponer en dictadura el unívoco canon de subversivos a todos aquellos que se les opusieran, en democracia se quiera establecer con rigidez una única y estricta lectura de las violaciones de los derechos humanos que busca escrachar y perseguir a los que pretenden ampliar el tema a un foco menos idílico y más complejo.

Lo de Martiniano Molina desconociendo el Pozo de Quilmes es nada comparado...

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