No a la cultura del descarte

Vivimos en una cultura de inmensas paradojas. Mientras nos asombramos y maravillamos ante la posibilidad de que exista vida en otros planetas, se agita el empeño en negar la existencia de vida humana desde el momento de la concepción en el seno materno. En medio de un mundo agrietado, violento y egoísta, vuelve a nuestra agenda legislativa el tema del aborto. Cada tanto, recrudece esta idea de suprimir vidas inocentes al amparo de la ley, fundada en la falacia de que debe respetarse la libertad de la madre a disponer de su cuerpo

El error es doble. Ni puede considerarse que el niño por nacer sea parte del cuerpo de la madre, pues su ADN es diferente del de esta, ni corresponde invocar la libertad de la madre, pues, cualquiera fuese su derecho, ninguno habrá de considerarse superior a la vida. Está comprobado que puede haber vida sin libertad. Pero no hay mejor ejemplo que el que nos ocupa para demostrar y confirmar que no hay libertad sin vida. Por otra parte, como reiteradamente hemos planteado desde estas columnas, no es cierto que una mujer pueda extirparse el fruto de sus entrañas como tampoco puede hacerlo con cualquier otra parte de su cuerpo, como un brazo o una pierna, sin más, por propia voluntad, en ejercicio de una supuesta y desnaturalizada libertad.

Resulta por demás extraño y macabro que se pretenda asimilar el seno materno, lugar de nacimiento de la vida por antonomasia, a una tumba de cementerio. La sola imagen sobrecoge el ánimo. Es incomprensible también que se catalogue la cuestión como un eventual "logro" de las mujeres, cuando son más que conocidos los terribles efectos psicológicos, de profunda tristeza e inenarrable dolor, y las imborrables secuelas que un aborto produce en una mujer. Se habla también de legislar para "proteger" a quienes se ven obligadas a optar por un aborto. Podríamos preguntarnos qué clase de protección es esa que habilita el asesinato de un inocente con las referidas consecuencias incontrastables para la psiquis de cualquier mujer. Un aborto elimina un proceso vital, interrumpe una vida humana, más allá de cualquier convención jurídica sobre las personas y sus derechos y obligaciones.

Los argumentos de quienes promueven el avance de la ley abrevan en estadísticas inverosímiles. El número de abortos ilegales en nuestro país, que algunos irresponsablemente, y otros de mala fe, elevan de manera disparatada a 500.000 anuales, se cae por inconsistencia simplemente cuando se lo compara con la cantidad...

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