Navidad: de la inocencia a la hipocresía

AutorRamiro Acosta Cerón
CargoAbogado, doctor en derecho, docente universitario, integra el Comité Editorial de la Revista

Dejando de lado cómo se celebraba en las décadas de los sesenta y setenta del siglo pasado, tan importante y esperada, por los niños, fiesta anual, porque era eso: una fiesta en ciudades pequeñas, para cuyas familias era un ritual la composición del pesebre, “nacimiento o Belén”, que era una representación o una instalación -como denominan los artistas plásticos- con pequeñas imágenes y un minúsculo entorno imaginativo del nacimiento de Jesús acaecido hace más de dos milenios. Fiesta en la que los niños recibíamos -no pedíamos ni nos ponían a nuestro parecer acerca de los regalos- usualmente una mudadita, un juguete con una funda de caramelos, así llamada aunque contenía caramelos, galletas de animalitos, colombinas, alguno que otro chocolate y otros dulces; claro que nuestros padres y familiares cercanos se obsequiaban ropa, algún artefacto eléctrico para la casa, pero sobretodo se departía con comidas especiales propicias de diciembre: empanadas rellenas de queso o de arroz, arverjas y atún, o con hilachas de pechuga de pollo, los tamales de masa dulce rellenos de carne de cerdo, los buñuelos y pristiños con miel; y entre las sopas, la clásica de gallina criolla con papa entera, bolitas de harina frita, cebolla y culantro, y sirviendo de plato fuerte el cuy asado con sus vísceras mezcladas con salsa de pepa de calabaza o de maní. A los niños se nos hacía rezar y cantar villancicos, a veces a disgusto por la hora y porque, obvio, preferíamos jugar. Pero estaba sembrado la esperanza de que llegue esa fiesta. Y no sé, algo ocurre en diciembre cristiano o para los cristianos, a más de las luces y ornamentos de calles, plazas, jardines, balcones y ventanas; como que se siente paz, mansedumbre, hasta el rostro se ilumina, es un mes alegre, aun en la necesidad y enfermedad soportables.

Con el cambio de los tiempos, del auge y globalización del “capitalismo salvaje” –expresión feliz del santo Juan Pablo II- y la transculturización empezando por el árbol navideño, santa Klaus o Papá Noel...

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