Nadar en un mar de pirañas y conspiraciones

Un hombre de la mesa chica, veterano de cien batallas y afecto tanto a la relativización de los éxitos como de los fracasos, utilizó en el primer piso de la Casa Rosada una metáfora bíblica para caracterizar las chances y complicaciones de la hora. Después de la larga hegemonía peronista que liquidó las alternancias y por lo tanto la consolidación de una democracia republicana, sucedió de pronto un pequeño milagro: se abrieron las aguas del mar Rojo; a un lado quedó la muralla justicialista acechando, y al otro, el muro amenazante de una economía rota. "Nosotros tomamos a la gente y caminamos por el medio tratando de llevarla hasta la otra orilla -graficó-. El peronismo nos acusa de un ajuste brutal, y Broda y el CEMA de no hacer el ajuste y de tener una política netamente keynesiana. El océano ruge y flamea a izquierda y a derecha, pero no se cae y no nos traga, y entonces damos todos los días un pasito sin mirar atrás, contrariando la historia." El concepto es falsamente grandilocuente, porque se hace cargo del carácter prodigioso, accidental y precario del momento, del estigma que persigue a todo gobierno no peronista y del sesgo heterodoxo de la propuesta de Cambiemos. Pero también da cuenta de algo indiscutible: aquella sociedad decadente que hizo posible el kirchnerismo sigue intacta, aunque paradójicamente una parte de ella haya decidido apostar por un cambio.

Contra lo que se piensa, la peor corrupción no se relaciona con bóvedas, lavados de dinero y enriquecimientos ilícitos. La corrupción más grave consistió en crear una burbuja de gratuidad y de consumo irresponsable y sin respaldo, donde muchos argentinos se acomodaron a ese falso confort sin pensar que debían ahorrar y producir de manera genuina, y además creyendo que jamás se cortaría el chorro. El gobierno kirchnerista, como un jefe de familia complaciente y obsesionado únicamente por ser querido (y votado), repartió heroína y volvió adicto a su pueblo, que es esclavo una vez más de la plata dulce y atraviesa hoy un breve síndrome de abstinencia. Ese padre demagógico sacó créditos impagables y les regaló a sus hijos dinero para que lo gastaran en fiestas. No los indujo a que compraran casas, estudiaran carreras y abrieran sus propios negocios para desarrollarse y salir adelante. Sucedió entonces que la firma familiar, que tiraba manteca al techo, se fundió, y que para salvarla tuvo que ponerse a la cabeza un tío antipático: los chicos pasaron del dispendio a la seca, y ahora...

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