¿Un mundo sin agroquímicos?

Altos magistrados de la Nación se quejan con no poca razón, desde hace tiempo, de la creciente litigiosidad en la Argentina. La Corte Suprema de Justicia lo testimonia como nadie: mientras aquí llegan a su conocimiento miles de causas, en los Estados Unidos en la instancia equivalente se consideran unos cien casos por año. Se trata, en el fondo, de cambiar aquella cultura insostenible para el buen funcionamiento de la Justicia y el orden normal entre privados.

Novedoso y muy inquietante es el tema de la judicialización de conflictos por fumigaciones en el ámbito rural. Si algunas personas pusieran tanto empeño en denunciar en sus comarcas el narcotráfico o la corrupción administrativa o policial, habría bases más sólidas para la esperanza de que el país deje de estar, como se halla desde tiempo inmemorial, al margen de la ley.

El espíritu de litigiosidad encuentra fomento natural en causas múltiples: una es la cultura del chivo expiatorio, por la que es difícil aceptar la existencia de un grado de inevitable responsabilidad individual en el curso del propio destino. Además, cuando la educación pública flaquea, como ocurre a raíz del dramático retroceso habido en las últimas décadas en nuestras aulas y en los hogares hostiles al maestro riguroso en la enseñanza, cunde la mistificación, otorgándose valor extraordinario y de generalidad a hechos aislados, que deben examinarse según sus propias circunstancias.

Así se ha colocado en la picota, cada vez con mayor gravedad, a los agroquímicos sin los cuales un mundo con hambre estaría mucho más hambriento de lo que se encuentra ahora. En tal sentido, recientemente consiguió despacho favorable en la Comisión de Asuntos Agrarios de la Cámara de Diputados bonaerense un proyecto impulsado por el Frente Renovador para prohibir el uso y venta de un herbicida.

Casi todas las clases de vehículos contaminan el ambiente en mayor o menor grado; con pocas excepciones, los artefactos eléctricos o a gas que se utilizan en los hogares podrían producir, en el extremo de la interpretación, catástrofes si no se cumplieran con normas elementales que autorizan su funcionamiento. Nadie en un estado mental sano se atreve, sin embargo, a demandar una erradicación que nos borrara de la modernidad.

Nada de esto impide señalar la responsabilidad que cabe a quienes hacen uso indebido de elementos químicos indispensables para la productividad agrícola. Las normas deben cumplirse, y si resultaran irrazonables en uno u otro...

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