En la montaña rusa térmica

Me desperté, como siempre, muy temprano. Todo un domingo de sol, anunciaban. Pero bajé al living y sentí que me había adentrado en los confines de la Antártida. Encendí la caldera. Hace unos años, con mi bien conocida obsesión por la eficiencia energética (enseguida, una anécdota sobre esto), investigué los métodos de calefacción, y me incliné por los radiadores. Así que a los cinco minutos ya no me temblaban las manos al sostener la taza de café. Otros cinco minutos más tarde, buzo mediante, el ambiente estaba confortable.Ah, sí, la anécdota. Cada tanto, cuando llevo mi auto al servicio anual, viene el jefe de los mecánicos y me pregunta si cambié los discos de freno hace poco. "Porque casi no están gastados, y deberían estar para reemplazarlos ya. Pero, bueno -farfulla confundido-, los dejamos un año más, si le parece."Le explico entonces, no con la intención de abrumarlo, sino para que descarte la idea de que sus muchos años de oficio han sido en vano, que casi no uso los frenos. Me mira azorado. Con un espíritu socrático que no a todos les cae bien, pero que me resulta inevitable, le pregunto: "Porque... ¿qué es frenar?". No espero respuesta. Le explico que frenar es desperdiciar el combustible que empleaste para alcanzar esa velocidad que ahora te sobra. En mi caso, le revelo, hago uso de la inercia; se ahorra mucha nafta, además. Así que, como ven, lo mío con el desperdicio de energía es bastante denso.Domingo de sol precioso, protesté, mientras veía que la niebla se disipaba, lenta y otoñal. Salí al jardín. Olía a frío. Pensaba dedicarles tiempo a mis plantas, pero me refugié otra vez en el living. Los perros solo habían asomado sus hocicos relucientes desde el fondo de sus cuchas de madera, y montones de horneros, benteveos, palomas y ratonas picoteaban en el césped. Vaya guardianes, los dos pichichos.Mi estudio, una de cuyas paredes da al sur, estaba helado. Solo una hora después la temperatura fue apta para consumo humano, así que solo pude trabajar un poco antes de prepararme para el asadito que había prometido. Volví al jardín...

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